Rev. Luis M. Ortiz
No necesitamos esperar un año nuevo, ni estrenarnos un traje nuevo para gozar la sensación de lo nuevo, porque nosotros mismos todo nuestro ser, ha sido hecho nuevo.
Para este tiempo del año la gente piensa mucho en lo nuevo, traje nuevo, calzado nuevo. La humanidad tiene una tendencia irresistible hacia lo nuevo, y equivocadamente consideran a los verdaderos seguidores de Cristo como gente anticuada y de mal gusto.
Nosotros los cristianos somos la gente de las cosas nuevas. No necesitamos esperar un año nuevo, ni estrenarnos un traje nuevo para gozar la sensación de lo nuevo, porque nosotros mismos todo nuestro ser, ha sido hecho nuevo. Vivimos en novedad de vida, y nuestro hombre interior se renueva de día en día. Igualmente hay los que consideran la Biblia como un libro anticuado, fuera de moda, pero la Biblia es un manantial de cosas nuevas, en ella nosotros encontramos en primer lugar: noticias nuevas.
El mundo estaba perdido en el laberinto del paganismo con sus millares de dioses y semidioses, con sus exigencias de sacrificios humanos, fundido en las tinieblas de la superstición enseñada por los sacerdotes paganos a través de los siglos.
Los hebreos aunque habían recibido más luz, con todo sus rituales y ceremonias les dejaban vacíos y necesitados, vivían bajo el pesado yugo de la ley. En la interminable sucesión de siglos, el mundo pagano se aferraba a sus antiguas prácticas buscando la salvación. Y el mundo hebreo se adhería a la letra de la ley, pero todo era inútil. Mas una noche serena y hermosa el espacio resonó con nuevas noticias para unos y para otros: “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:11). Y cuando estas noticias nuevas son creídas y aceptadas, producen un nuevo nacimiento.
A causa del pecado la imagen de Dios en el hombre fue desfigurada. El hombre está muerto en delitos y pecados, se requiere un nuevo principio, una nueva creación, un nuevo nacimiento, a eso se refería el Señor cuando dijo a Nicodemo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). En este nuevo nacimiento, somos engendrados de Dios por medio del Espíritu Santo. Si la creación del primer hombre fue la obra maestra de la creación, la regeneración o la nueva criatura es la obra maestra de la eternidad. La multiforme sabiduría de Dios es notificada a todo el universo por medio de los nacidos de nuevo, el que “está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Esta nueva criatura posee un nuevo corazón. El corazón es el asiento de nuestras emociones, es el centro mismo de nuestro ser, por naturaleza el corazón es engañoso y perverso. Cristo declaró que “del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, lo adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, las lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-22). En vista de estas cosas, es que Dios dice: “Os daré un corazón nuevo… y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26).
Además de un corazón nuevo también nos es dada una mente nueva. La mente es la antesala del espíritu humano, a la mente acuden los demonios con sus malos pensamientos. Cuando esos pensamientos son recibidos en la mente, llegan hasta el corazón y de allí dominan el espíritu. La mente ejerce un poder tan determinante en nuestras vidas, que dice la Palabra de Dios: “como el hombre piensa, así es él”.
La mente del hombre sin Cristo está llena de pensamientos impuros, es por ello que la Palabra de Dios nos exhorta a renovarnos en el espíritu de vuestra mente (Romanos 12:2). Entonces con una mente nueva podemos pensar en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo que es de buen nombre, en todo lo virtuoso (Filipenses 4:8).
Y como un complemento indispensable de esta nueva criatura también nos es dado un cuerpo renovado. El cuerpo del hombre sin Cristo es juguete de las pasiones del alma. El alma pecaminosa tiene su gratificación impura por medio del cuerpo. Los miembros del cuerpo son ahora instrumentos de iniquidad, el amo es el espíritu humano controlado por el alma pecaminosa, el cuerpo es el esclavo, el alma pecaminosa manifiesta su maldad por medio del cuerpo. “Y manifiestas son las obras de la carne (esto es el alma operando por el cuerpo), que son: adulterio, fornicación, inmundicia… y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21).
Se hace pues necesario que nos sea dado un cuerpo renovado. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros… vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu” (Romanos 8:11) para que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea guardado entero, sin reprensión, en paz. Y con este cuerpo renovado nuestros miembros son presentados a Dios como instrumentos de Justicia: manos, pies, ojos, lengua, oído, todo consagrado a Dios, no para que se manifieste un alma pecaminosa, sino para que se manifieste el Espíritu de Dios.
Esta nueva criatura, con corazón, mente y cuerpo nuevo, no queda desconectada o aislada del Señor. El hombre sin Cristo es víctima del diablo, es débil, no tiene fuerzas morales, ni espirituales, ni físicas para resistir al demonio, pero la nueva criatura tendrá nuevas fuerzas. Ahora esta nueva criatura puede cumplir el primer y grande mandamiento que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37; Deuteronomio 6.5). Y puede cumplirlo porque tiene todo su ser renovado.
El mundo está lleno de violencia, de odios, de guerras. ¿De dónde vienen esas cosas? De la codicia y el egoísmo, estas dos pasiones humanas son las que rigen las relaciones humanas (Santiago 4:1-2). Pero ahora esta nueva criatura es gobernada por la virtud del amor. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros”, aun a sus enemigos, “amad a vuestros enemigos” (Juan 13:34; Mateo 5:44). Y “en esto conocerán todos que sois mis discípulos (que somos nuevas criaturas), si tuviereis amor los unos y los otros” (Juan 13:35). “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).
Y para esta nueva criatura están reservadas las más brillantes y gloriosas perspectivas, tendrá un nombre nuevo. De aquellos que viven olvidados de Dios, dice la Escritura que serán escritas en el polvo, un lugar muy inseguro para escribir, pronto se borra toda, pero de la nueva criatura se dice: “Y te será puesto un nombre nuevo que la boca de Jehová nombrará”. Y también dice: “Y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:17).
También viviremos en una nueva ciudad, la morada final de los perdidos es escrita en las Escrituras con las palabras solemnes y terribles: tinieblas de afuera, hornos de fuego, él ha visto el infierno, lago de fuego y azufre, y si esta descripción es tan terrible, ¿cómo será la realidad? Pero la nueva criatura adorará en las regiones celestiales de mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de mi Dios, una nueva ciudad cuyos fundamentos son piedras preciosas, cuyas puertas son perlas, cuya plaza de oro como vidrio trasparente, cuyo templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero, cuya luz es el resplandor de Dios, y el Cordero es su lumbrera. En ella no entrará cosa sucia que hace abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero, allí serán también los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva (Apocalipsis 21 y 22).
Y como un glorioso resumen de todo esto, nuestro Dios enfáticamente declara: “He aquí, yo hago nueva todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).
0 comentarios:
Publicar un comentario