Los primeros años de la iglesia estuvieron marcados por una persecución que supieron soportar los creyentes de la Palabra del Señor ofrendando su vida misma.
Durante el período que estudiamos, prosiguió latente el odio de los paganos contra los cristianos. El vulgo persistió en la errónea creencia de que los cristianos se comían a los niños, que aprovechaban la oscuridad para entregarse a desórdenes y que, finalmente, adoraban la cabeza de un asno. A pesar de las virtudes de la vida cristiana, aquellas calumnias acarrearon a los cristianos, durante mucho tiempo, el desprecio de sus adversarios. Con este motivo, escribió Tertuliano:
"El odio que la mayor parte de las veces despierta el nombre cristiano llega a tal punto, que hasta hablan de su profesión, como de un crimen:
-Cayo Leyo es un hombre virtuoso; pero es cristiano –dicen.
-Parece extraño –dice otro- que un hombre tan prudente como Lucio se haya hecho cristiano…
-¡Parece increíble! Aquella mujer ha sido tan galante y tan despreocupada, y aquel joven tan virtuoso, ambos se han hecho cristianos…
Algunos se sacrifican en su interés de satisfacer su propia venganza. Marido hay que, aunque esté seguro de la castidad de su esposa, la repudia, porque al hacerse cristiana, se ha vuelto casta. Padre hay que antes soportaba los desórdenes de su hijo, al cual deshereda ahora que es bueno y obediente. Un amo despide a un esclavo fiel, al que antes de su conversión trataba con cariño…".
A pesar del desprecio público y de las persecuciones oficiales, los cristianos eran ciudadanos fieles y pacíficos:
"Los cristianos –decía Justino Mártir- estamos dispuestos a todas horas a pagar impuesto ordinarios y extraordinarios que se nos señalen. Obedeciendo al orden del Maestro, en todas partes somos los primeros en efectuar estos pagos (…) Solo adoramos a Dios, pero nos complacemos en honrar a los reyes y a los príncipes del mundo."
Y AÑADÍA TERTULIANO:
"No podemos por menos que honrar y amar al emperador, ya que sabemos que ha sido investido por Dios. Al mismo tiempo, deseamos el bienestar perdurable del imperio sobre el que reina, puesto que Roma permanecerá hasta el fin del mundo. Debierais, sin embargo, saber que nuestra religión nos inculca una paciencia que procede de Dios. A pesar del número considerable que somos, ya que formamos la mayoría en todas las ciudades, nuestra conducta es tranquila y moderada, por lo cual, se puede afirmar que somos más conocidos individualmente que en colectividad, porque solo se nos reconoce porque hemos dejado nuestros antiguos vicios".
Se acusaba a los cristianos de la disimulación de las ofrendas en los templos paganos. Tertuliano respondía de este modo a dicha acusación:
"Decís que nadie se atreverá a negar que todos los días se siente la disminución de ofrendas en vuestros templos… Es que nosotros no podemos dar a la vez a los hombres y a los dioses; solo damos a los que nos piden. Si Júpiter alarga la mano, también le daremos algo. Vosotros dais menos ofrenda a vuestros templos, que nosotros hacemos limosnas en las calles. La hacienda pública debe estar agradecida a los cristianos, porque si fuéramos a examinar vuestras declaraciones, nos convenceríamos de vuestros fraudes para con ella; mientras los cristianos, con la misma buena fe que nos impide perjudicar a nadie, pagamos lo que se nos señala. Si se nos acusa de ser inútiles al Estado en un solo punto, en cambio, le recompensamos en los demás".
Con este motivo, rechaza con indignación algunas acusaciones de que eran objeto los cristianos, como, por ejemplo, cuando se les declaraba causantes de las desgracias públicas, como también de ser parásitos de la sociedad. Dirigiéndose a sus adversarios, Tertuliano les asegura que cuanto más hagan contra los cristianos, más aumentarán éstos en número y en poder:
"Acusáis a los cristianos de todos los desastres y de todas las calamidades. Si el Tiber inunda Roma, si el Nilo deja de inundar los campos, si deja de llover, si hay terremotos, si padecemos hambre o pestilencias, se oye gritar por todas partes: ¡Echad a los cristianos a los leones! Pero, ¿es que antes del nacimiento de Jesucristo no ocurrían tales desgracias?"
Y AÑADE:
"En nada nos parecemos ni a los brahmanes, ni a los gimnosofistas6 de la India; ni habitantes en los bosques, ni huimos del comercio de los demás hombres. Damos gracias a Dios, Señor y Creador de todas las cosas; nada rechazamos en cuento ha creado, de todo usamos con moderación. Nos juntamos con vosotros en la plaza, en el mercado, en los baños, en las tiendas, en las posadas, en las ferias y en todo lugar necesario para las relaciones sociales. Navegamos juntamente con vosotros, formamos parte del mismo ejército, juntos labramos la tierra (…) Vanos son los triunfos del populacho contra los cristianos.
La victoria será nuestra porque preferimos ser castigados a ser infieles a Dios (…) Se nos declara ante los tribunales, porque peleamos por la verdad. Triunfamos, porque conseguimos lo que es objeto de nuestra lucha; nuestro triunfo consiste en complacer a Dios, conquistando la vida eterna. Es cierto que perecemos; pero al morir, nos llevamos lo que es objeto de nuestra ambición.
Morimos bendiciendo, y por la muerte escapamos a nuestros enemigos. Ridiculizadnos cuanto os plazca, porque somos atados a los palos y se nos quema como sarmientos. Estos son los instrumentos de nuestra victoria; nuestros adornos y nuestro carro triunfal… Y vosotros, dignos magistrados, cuantos más cristianos inmoléis, más aplausos alcanzaréis del pueblo. Podéis condenarnos, torturarnos y aplastarnos. Vuestra injusticia demuestra nuestra inocencia. Por esta razón, Dios permite que seamos perseguidos (…) Tened entendido que vuestras crueldades son el mayor atractivo de nuestra religión. Cuanto más procuráis destruirnos, tanto más nos multiplicamos; nuestra sangre es la semilla de los cristianos"7.
Otra clase de enemigos del Evangelio, aparte de los magistrados, de los sacerdotes y del populacho, fueron los filósofos paganos, que manejaban hábilmente contra los cristianos las poderosas armas del sofisma y del sarcasmo. Anteriormente hemos hecho mención de cómo Cecilio atacaba el cristianismo y defendía el paganismo en el Octavio de Minucio Félix8. Sangrientos impugnadores se sucedieron hasta la época de Constantino…
Entre los que escribieron en este sentido durante los dos primeros siglos, distínguese el epícureo Celso9. En el año 160 escribió su Verdadero discurso, el cual es conocido únicamente por la refutación que, un siglo más tarde, hizo del mismo el sabio Orígenes.
Entre las críticas de Celso a la doctrina cristiana, en la obra de Orígenes Contra Celso, es curiosa la que dirige contra los predicadores del cristianismo y contra sus oyentes. En términos falsos e injustos, las más de las veces, da testimonio de la verdad cristiana, tanto más de admirar, cuanto que ese testimonio… He aquí cómo describió a los evangelistas:
"Son gentes sin reputación, que se atreven a llamarse inspirados. Van de ciudad en ciudad, y con sus declaraciones llenan los templos y las plazas públicas; se introducen en el ejército, haciendo cuanto les es posible para llamar la atención de todos. Dicen:
Yo soy Dios, soy el Hijo de Dios, soy el Espíritu Santo. El mundo perecía y yo he venido a salvarle. Vosotros. Que me oís, moriréis a causa de vuestros pecados. Quiero salvaros; ya volveré revestido con el poder divino. Bendito será el que me honre. En cuanto a los que no me hacen caso, ellos y sus casas serán destruidos por el fuego eterno. Los que desconocen los castigos que les esperan, entonces se arrepentirán y se lamentarán en vano. En cambio, los que han sido fieles gozarán de la vida eterna.
Para esta propaganda se sirven de palabras ininteligibles, con las que aquellos impostores pretenden apoyar sus perversos designios"10.
LUEGO AÑADE:
"En general, los que desean hacer prosélitos para cualquier misterio religioso empiezan por decir que los que quieran participar de la nueva religión deberán ser puros de toda la inmundicia, tener un alma inocente y llevar una vida íntegra. Entre los cristianos, sucede lo contrario: llaman a los pecadores, a los simples, a los niños y a los desgraciados, a los cuales ofrecen el Reino de Dios. ¿Sabéis quiénes son estos pecadores? Pues son gente injusta, ladrones, envenenadores, sacrílegos, profanadores de sepulturas".
A lo cual, responde Orígenes con las palabras del Evangelio:
"…los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos" (Mt. 9:12).
Celso acusa, además, a los cristianos de decir a menudo a sus discípulos:
"No examinéis; creed solamente: la fe os salvará. La sabiduría del mundo es locura; y la locura de la fe es sabiduría".
A lo cual contestó Orígenes que lo mejor sería que todos pudieran abandonar sus quehaceres para consagrarse al estudio de la sabiduría…
"…pero, ya sea por las necesidades de la vida, ya sea por las debilidades humanas, lo cierto es que son poco los hombres que pueden dedicarse y realmente se dedican a este estudio. En estas circunstancias, ¿no es preferible que muchos hombres, que antes vivían en el pecado, hayan sido purificados por la fe, aunque no se hayan dado cuenta exacta de ello, ni hayan tenido tiempo, ni medios, para hacer un profundo estudio de las razones en que se apoyan?".
Entre los filósofos enemigos del cristianismo, hay que mencionar también a un amigo de Celso, Luciano de Samosata, que se esforzó en ridiculizar a los cristianos en su libro "La muerte de Peregrino". Solo mencionamos este escrito por las afirmaciones que hace el autor sobre la fe y las virtudes de los cristianos:
"Estas pobres gentes se imaginan ser inmortales; por eso, lo desprecian todo, incluso la muerte, ofreciéndose voluntariamente para el suplicio. Su legislador les ha convencido de que son todos hermanos, de que deben abandonar a nuestros dioses, adorar al crucificado y seguir sus leyes. En ellas, aprenden a despreciar las riquezas terrestres y a practicar la comunidad de bienes, cuyas órdenes acatan sin darse cuenta de ellas, ni razonar los motivos en que se fundan".