En los principios de los tiempos Dios tenía comunión con el hombre. El plan inicial de Dios era que el hombre -una criatura perfecta en todos los sentidos y creada para su gloria y alabanza fuera feliz se multiplicara y habitara la tierra que Él había creado por el poder de su Palabra. Su meta nunca fue atormentarlo ni verlo sufrir.
No obstante, el pecado de desobediencia vino a romper aquella comunión íntima entre el ser humano y su Creador. Las consecuencias de este acto de desobediencia fueron terribles, pero Dios buscó la forma cómo volver a reinstaurar la comunión rota con el hombre.
En algunos casos Dios se reveló directamente, en otros casos uso ángeles, profetas e intermediarios que le dieron a conocer Sus designios y propósitos. El más grande de todos estos propósitos consistía en la rendición de la raza humana a través del Mesías. La venida de Cristo a esta tierra permitió, pues, restaurar definitivamente aquella comunión entre el hombre y el Dios Todopoderoso.
En las Escrituras, Dios nos dejó unas leyes perfectas que permiten vivir en paz, con Él primero y luego con nuestro prójimo, por este motivo, Jesucristo ordenó en que escudriñemos las Escrituras. Estas, en efecto, nos permiten conocer a Dios en forma más profunda e íntima, y nos permite saber qué cosas le agradan y cuáles son las que abomina. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).
Si el hombre escudriñase las Escrituras. Sabría, por ejemplo que es abominación a Dios postrarse ante una imagen con el fin de tener comunión, y la práctica de idolatría implica desviarse de lo que es la verdadera adoración a Dios (Éxodo 20:4,5). La falta de conocimiento de las Escrituras puede llevarnos a sí mismo a caer en pecados gravísimos por ignorancia; mas la maldición de Dios alcanzará a aquellos que conociendo la Palabra incurren en pecados conscientemente.
PELIGROS DE LA IGNORANCIA
El pecado estriba en hacer algo en contra de todo lo bueno que Dios ha establecido para nuestra familia, nuestro prójimo y nosotros mismos. El pecado consiste también en negarnos a hacer el bien cuando podemos hacerlo. Ahora, bien existe dos tipos de pecados los pecados a sabiendas y los pecados por ignorancia.
Muchas personas se escudan bajo la excusa de la ignorancia tras haber cometido malos actos, por esta excusa es válida solo a mitad. En efecto cuando no conociésemos las leyes divinas, Dios nos dejó la conciencia y el Espíritu Santo para que estos nos reprendan antes, durante y después de haber cometido mal.
Refiriéndose al Espíritu Santo nuestro Señor Jesucristo dijo: “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia; por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado” (Juan 16:8-11).
¿Cuántas veces aun estando perdidos en el mundo, no hemos oído en nuestra mente aquella vocecita que nos dice: “no lo hagas”? ¿Cuántas personas que no conocen ni a Dios ni la Biblia, han sido reprendidas en su corazón para no cometer algún pecado? Dios habla a los incrédulos a través de los sueños también, por cuanto Él no quiere que Sus criaturas se pierdan si no que vuelvan a la comunión con Él. Quizás usted amado lector, es una de estas personas. No resista al Espíritu Santo, y ríndase a Dios pidiéndole perdón por todos sus pecados.
Nuestro Creador nos dio, en su infinita misericordia y amor, el libre albedrio. Esto significa que estamos capacitados para escoger entre el bien y el mal, el pecado y la sanidad, la vida y la muerte eterna, el cielo y el infierno. Estamos libres, tanto de hacer lo que queremos como de obedecer o no a Su Palabra. Dios no quiere que le sirvamos por miedo al infierno y a la condenación eterna, sino porque le amamos con todo nuestro ser.
En 1 Samuel 28:7-10 leemos como sigue: “Entonces Saúl dijo a sus criados: Buscadme una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que yo vaya a ella y por medio de ella pregunte. Y sus criados le respondieron: He aquí hay una mujer en Endor que tiene espíritu de adivinación. Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere. Y la mujer le dijo: He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha cortado de la tierra a los evocadores y a los adivinos. ¿Por qué, pues, pones tropiezo a mi vida, para hacerme morir? Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto.”
Dios había escogido a Saúl para ser el primer rey de Israel. A diferencia de los demás reyes de la tierra, su responsabilidad principal radicaba en mover a toda la población a conocer las leyes de Dios, para que sus súbditos no pecaran por ignorancia. Saúl conocía bien las Escrituras como lo demuestra el hecho que eliminó a todos los hechiceros y brujos del pueblo de Israel.
Nuestro Señor abomina la magia negra o blanca, la nigromancia, la brujería, los sortilegios, la adivinación del futuro y todos los pecados que estén relacionados con las prácticas ocultas. Por este motivo, Dios prohibió determinantemente que su pueblo se dirigiera a estos impostores poseídos por los demonios a fin de conocer el futuro.
En Deuteronomio 18:10-14 leemos como sigue: “No se ha hallado en ti quien haga pasar a su hijo por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que haces estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti. Perfecto serás delante de Jehová tu Dios. Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros, y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios”.
El profeta Isaías a su vez declaró en profecía: “Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:19-20).
La persona que consultaba a los hechiceros era (y sigue siendo) maldita por Dios: “Y la persona que atendiere a encantadores o adivinos, para prostituirse tras de ellos, yo pondré mi rostro contra tal persona” (Levítico 20:6). En cuanto al adivino, Dios sentenció que se le matara por apedreamiento: “Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregue a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos” (Levítico 20:27; ver también Éxodo 22:18). Dios quería que su pueblo entendiera cuán grave era cometer estos actos, y por eso condenaba a muerte a sus practicantes.
Las Escrituras enseñan que los espíritus de los muertos se encuentran en un lugar de reposo celestial o en un lugar de tormento. Ni los que murieron creyendo en Cristo, ni los incrédulos pueden, pues, regresar a hablar con nosotros los vivientes (Lucas 17:26-31). Por consiguiente, si los muertos no pueden venir a alabar con los participantes a una reunión espiritual, ¿quién viene? Simplemente un demonio que toma posesión de las cuerdas vocales del que está llevando a cabo ese rito demoniaco.
Los demonios son unos espíritus que han perdido el cuerpo glorificado que tenían en el cielo. Por eso mismo, prefieren hasta poseer un animal antes que quedarse sin cuerpo humano tienen más campo de unción (pueden usar sus cinco sentidos y su cinco cuerdas vocales).
Es vergonzoso señalar que hay cristianos “infiltrados entre nosotros, unos supuestos conocedores de la Biblia, pero que le echan un vistazo a los horóscopos en los periódicos o en las revistas. Se saben los doce signos del zodiaco con sus planetas ascendentes, y si alguien les pregunta cuál es su signo zodiacal, no vacilan en contestar… ¡Esto no es un juego, sino un grave pecado contra Dios! Si usted es uno de ellos arrepiéntase ahora mismo de tales prácticas.
LA PALABRA DE DIOS, FUENTE DE VIDA Y PAZ
Cuando estábamos en el mundo y en nuestra ignorancia, nos decíamos: “cristianos”, pero de vez en cuando íbamos a consultar a los curanderos para recibir salud, y a los hechiceros a fin de que nos leyeran las líneas de la mano o las cartas de tarot para predecirnos el futuro. De esta forma, caímos en la trampa de ser encadenados por el mismo Satanás en persona.
Éramos religiosos sinceros con altares de dos o tres pisos en nuestras casas, pero estábamos perdidos porque no conocíamos la Palabra de Dios, ni al Dios de esta Palabra. En aquel tiempo, teníamos, pues, una religión sin Biblia, en otras palabras una religión sin conocimientos de las leyes de Dios. Por consiguiente, al no conocer a Dios ni tampoco sus mandamientos, ¿cómo íbamos a ser cristianos sin respetar las leyes de Dios? Por esto mismo Dios nos dejó la Biblia para que supiésemos quién y cómo es Él; para mostrarnos su inmutabilidad a pesar de los cambios que pudieran acontecer en este mundo. Al conocer la Biblia, el pueblo tiene acceso a la verdad, y así evitar incurrir en semejantes abominaciones (como postrarse ante imágenes religiosas; consultar a hechiceros; vivir vidas silenciosas, etc.).
Satanás ha inventado muchas religiones sin Biblia, que mantienen a la gente ilusionada pensando que es salva. No obstante, ¿cómo serán salvos sin conocer la Palabra de Dios y el único mediador entre Dios y los hombres, nuestro Señor Jesucristo?
Más gente de lo que podamos imaginar vive atormentada día y noche por los demonios. Sienten presencias extrañas en sus casas; no soportan quedarse solos y viven angustiados; las catástrofes inexplicables y los accidentes se abaten implacablemente sobre ellos y sus seres queridos; las enfermedades le azotan sin parar y no saben lo que es vivir en paz.
Nada de esto proviene de Dios. Sin embargo, como estas personas no van a la Iglesia, como nadie les pone en sus manos una Biblia, se tornan hacia los hechiceros para deshacerse de lo que llaman una maldición o el mal de ojo. En realidad se encadenan todavía más, porque, de forma voluntaria, se entregan ellos mismos en la mano del diablo. Dios ha puesto en nuestras manos un poderoso mensaje, para darlo a conocer al mundo entero. Su última ordenanza fue esta: “Id por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Cualquier amigo que esté leyendo estas líneas y que haya incurrido en estas prácticas estará, seguramente asustado. Usted puede estarlo, pero no se demore, reconozca que obró mal delante de Dios. La Biblia nos habla de reyes, que al encontrar los libros de la ley, se estremecieron y cayeron postrados; porque habían cometido estos pecados y todo el pueblo con ellos. Sin embargo, Dios nunca menospreciaría a nadie que se le acerque pidiendo misericordia. Si usted invoca el nombre de Cristo y le acepta como su Salvador, Dios quitará la maldición que posa sobre usted y su casa en estos momentos. Hay un poder que sobrepuja al infierno con todos sus demonios. Aquel que recibe la Palabra de Dios en su corazón, ni un mal tocará su morada y recibirá paz, bendición y felicidad.
Esta promesa es la del Señor: “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya” (Salmo 91:3-6). Dios le bendiga.