“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1).
“Si un hombre posee alguna grandeza en sí mismo, viene para alumbrar — no en una hora de brillo especial, pero si en todos los momentos de su trabajo diario.” (Berilio Markham)
Cuando el Señor entra en nuestros corazones, transformando nuestros pensamientos, palabras y actitudes, nos tornamos diferentes, agradables, amorosos, fieles, espirituales.Dejamos para atrás la vieja naturaleza carnal, pecadora, contraria a las cosas de Dios, y empezamos a caminar en la presencia de nuestro Señor y Salvador Jesús Cristo.Podemos decir que existe una grandeza especial en nosotros — la presencia del Señor — y es necesario que nuestra vida brille, no apenas en horas especiales, como las reuniones en el templo, en los finales de semana, pero en todos los momentos, en todos los días, en todas las circunstancias y situaciones.
La grandeza de Jesús, en nosotros, hace nuestro rostro brillar en casa, en el trabajo, en la Universidad, en el mercado y en las charlas con amigos en la esquina. No es la ocasión que nos hace alumbrar la alegría de la salvación, pero el hecho de que ahora tenemos al Señor habitando en nuestros corazones. ¡El brillo no es nuestro, pero si de Él! ¡El honor no es nuestro, pero si De Él! ¡La gloria no es nuestra, pero si de Él!
Muchas veces nos esforzamos para “brillar” en ciertos lugares, intentando mostrar que somos merecedores de aplausos y felicitaciones. Es un brillo falso, pasajero, engañador. El brillo de Cristo es natural, contagiante, transformador.
Dejemos que la gloria del Señor sea vista en nuestras vidas, dejemos que Su brillo alumbre los ambientes, dejemos que el Señor nos use como instrumentos de alabanza y engrandecimiento de su nombre.