Impactante historia de un hombre que luchaba con su identidad de género a lo largo de su vida, se hizo una operación para ser mujer y por un encuentro con Jesús restaura su identidad de género.
Walt Heyer vivió su niñez en California, a mediados de la década de 1940 y como todo niño se interesaba por los vaqueros, los automóviles y las guitarras hasta que un día a su abuela pensó que Walt quería ser una niña. Ingenuamente le cosió un vestido de color púrpura que Walt se ponía cuando la visitaba.
Según Walt el usar ese vestido disparó algo en su vida que lo llevó por 35 años a un valle oscuro de “tormento, desilusión, remordimiento y tristeza”. Su confusión en su identidad de género lo condujo al alcohol, a las drogas y intentar suicidarse.
Walt recurrió a la vaginoplastia para parecerse a una mujer, cosa que ha lamentado profundamente, por eso aconseja a quienes sientan confusión con respecto a su género que se mantengan al margen. “Dios me hizo hombre y el bisturí nunca llegó a cambiar eso” ha testificado a la agencia de noticias LifeSiteNews.
Su testimonio está plasmado en un libro que publicó en el año 2006, “Trading My Sorrows: Man to woman and back-again – a personal story” (Intercambiando mis dolores: de hombre a mujer y viceversa -una historia personal). Allí cuenta como el uso de ese vestido púrpura fue sólo la primera de muchas influencias en su vida que le llevaron a avergonzarse de ser hombre. Además sostiene que el acoso sexual por parte de su tío lo llevo a avergonzarse de sus genitales. Otro ingrediente para su tragedia lo fue la severa disciplina de su padre le hizo pensar que no era el niño que su padre quería.
Entre sus memorias no se vislumbra un sólo sentimiento lo suficientemente bueno de sus padres, tampoco haberlos complacido alguna vez ni haber sido reconocido en ninguna oportunidad cosa que anhelaba profundamente.
“Lo que yo quería desesperadamente era el reconocimiento de mis padres en lo que era sobresaliente, quería encontrar mi propio lugar donde pudiera expresarme, desarrollar mis talentos y hacer algo que disfrutara”.
Como niño no tenía autoestima y empezó a despreciarse se a sí mismo y a su cuerpo. Sólo le consolaba el vestirse como una chica y mantenerlo en secreto. Vestirse como una chica era como un escondite, donde se sentía a salvo de los dolorosos conflictos y la disciplina paterna y materna.
La mujer, un tirano en su interior Al llegar a la adolescencia la niña que estaba dentro de su cabeza se volvió más poderosa y le demandaba más de su tiempo. A pesar de tener citas con chicas atractivas de su escuela secundaria, no podía alejar la obsesión de convertirse en una mujer. Al terminar la se mudó de la casa de sus padres, para poder disfrutar del travestismo en la intimidad de su propia casa. Tenia muchos trajes de mujer pero estaba todavía profundamente avergonzado de su hábito secreto.
Walt se casó, se hizo rico pero mantuvo en secreto sus permanentes escapadas al mundo de la mujer.
Walt asegura que vivía tres vidas distintas: una de “hombre de negocios exitoso y bebedor, otra de padre y esposo amoroso perfecto en apariencia y la tercera de travesti retorcido”. Pero en su interior experimentaba la fragmentación y la desilusión. Todo en su vida comenzó a desmoronarse.
Se volcó al alcohol como mecanismo de defensa y esto aumentó su deseo de convertirse en una mujer. Asegura que permitió a la niña dentro de su cabeza “expresarse” cada vez más, cuando él captó desesperadamente los momentos de alivio del embravecido mar de dolores y problemas de la vida.
Fue así como puso sus esperanzas en la cirugía de sexo como la solución que haría que su dolor desapareciera para siempre.
Primero vinieron los implantes de pechos grandes. Luego hizo lo que Walt lamenta mucho, la transformación quirúrgica de su órgano reproductor masculino para que pareciera un órgano reproductor femenino.
Walt tenía la esperanza que el procedimiento pudiera aliviar su “debilitante sufrimiento psicológico” y que eso iba a detener, de una vez por todas, el conflicto que lo había atormentado desde la infancia. Pero para su consternación, la reordenación de sus partes privadas y el cambio de su apariencia no efectuó el cambio correspondiente en el interior.
Después de la cirugía, su se convirtió en un campo de batalla de pensamientos y deseos conflictivos que el describe como “agravante, penoso, deprimente, discordante, distorsionado [e] impredecible”.
Después de la cirugía se dio cuenta que había cometido un “gran error”. Su adicción a la cocaína y al alcohol, en un intento de mitigar el dolor emocional aumentó su miseria, la depresión y la soledad.
Walt llegó a la conclusión que la cirugía fue un “fraude total” y por lo tanto no tenía sentido vivir la vida como una mujer quirúrgica, como un “impostor”.
Fue así como tocó fondo. La cirugía había destruido su identidad, su familia, su círculo social y su carrera. Sentía que no había nada para él sino morir. Fue así como Laura Jensen, nombre de Walt como mujer, trató de lanzarse desde una azotea pero fue detenido por un transeúnte.
Sin hogar y sin dinero, el quebrantado “transexual” habría terminado viviendo en la calle si un buen samaritano no le hubiese dado un lugar para dormir en un garaje. Este nuevo amigo le animó a Alcohólicos Anónimos, donde se dio cuenta que tenía que conectarse con Jesús.
En su relación con Jesucristo se dio cuenta que era realmente un hombre, pero que estaba envuelto en una “máscara de mujer”.
“Era consciente que ahora estaba entre los deshechos de la humanidad, hundido en una vida arrojada a la basura, distorsionada por mis propias decisiones. El alcohol, las drogas y la cirugía me habían hecho inútil para cualquier cosa. Yo había fracasado estrepitosamente como el hombre que Dios había creado para que yo lo fuese”.
Con la ayuda de unos amigos cristianos que conoció comenzó su viaje hacia la sanación y hacia el descubrimiento de su verdadera identidad como hombre. Walt se dio cuenta que la clave para ganar la batalla era la sobriedad. Se repetía “Mantente sobrio, sin importar en qué, mantente sobrio”. Dejó la bebida y se volvió a Jesús como una fuente de fortaleza.
En cierta ocasión, durante un tiempo de oración con un psicólogo cristiano, Walt dice que experimentó espiritualmente al Señor, todo vestido de blanco, que se acercó a él con los brazos abiertos, lo envolvió y le dijo: “Ahora conmigo estás a salvo para siempre”. Fue en ese momento que Walt supo que iba a encontrar en Jesús la sanación y la paz que él tanto deseaba.
Ahora en su madurez Walt cree que si pudiera volver atrás en el tiempo y decirse a sí mismo algo a si mismo se diría evita la cirugía de sexo y que descubre la causa que subyace en el deseo por la cirugía.
Con su historia Walt da testimonio del poder de Dios y le dice al mundo que nunca se debe “subestimar el poder sanador de la oración y el amor en las manos del Señor”.
Walt Heyer vivió su niñez en California, a mediados de la década de 1940 y como todo niño se interesaba por los vaqueros, los automóviles y las guitarras hasta que un día a su abuela pensó que Walt quería ser una niña. Ingenuamente le cosió un vestido de color púrpura que Walt se ponía cuando la visitaba.
Según Walt el usar ese vestido disparó algo en su vida que lo llevó por 35 años a un valle oscuro de “tormento, desilusión, remordimiento y tristeza”. Su confusión en su identidad de género lo condujo al alcohol, a las drogas y intentar suicidarse.
Walt recurrió a la vaginoplastia para parecerse a una mujer, cosa que ha lamentado profundamente, por eso aconseja a quienes sientan confusión con respecto a su género que se mantengan al margen. “Dios me hizo hombre y el bisturí nunca llegó a cambiar eso” ha testificado a la agencia de noticias LifeSiteNews.
Su testimonio está plasmado en un libro que publicó en el año 2006, “Trading My Sorrows: Man to woman and back-again – a personal story” (Intercambiando mis dolores: de hombre a mujer y viceversa -una historia personal). Allí cuenta como el uso de ese vestido púrpura fue sólo la primera de muchas influencias en su vida que le llevaron a avergonzarse de ser hombre. Además sostiene que el acoso sexual por parte de su tío lo llevo a avergonzarse de sus genitales. Otro ingrediente para su tragedia lo fue la severa disciplina de su padre le hizo pensar que no era el niño que su padre quería.
Entre sus memorias no se vislumbra un sólo sentimiento lo suficientemente bueno de sus padres, tampoco haberlos complacido alguna vez ni haber sido reconocido en ninguna oportunidad cosa que anhelaba profundamente.
“Lo que yo quería desesperadamente era el reconocimiento de mis padres en lo que era sobresaliente, quería encontrar mi propio lugar donde pudiera expresarme, desarrollar mis talentos y hacer algo que disfrutara”.
Como niño no tenía autoestima y empezó a despreciarse se a sí mismo y a su cuerpo. Sólo le consolaba el vestirse como una chica y mantenerlo en secreto. Vestirse como una chica era como un escondite, donde se sentía a salvo de los dolorosos conflictos y la disciplina paterna y materna.
La mujer, un tirano en su interior Al llegar a la adolescencia la niña que estaba dentro de su cabeza se volvió más poderosa y le demandaba más de su tiempo. A pesar de tener citas con chicas atractivas de su escuela secundaria, no podía alejar la obsesión de convertirse en una mujer. Al terminar la se mudó de la casa de sus padres, para poder disfrutar del travestismo en la intimidad de su propia casa. Tenia muchos trajes de mujer pero estaba todavía profundamente avergonzado de su hábito secreto.
Walt se casó, se hizo rico pero mantuvo en secreto sus permanentes escapadas al mundo de la mujer.
Walt asegura que vivía tres vidas distintas: una de “hombre de negocios exitoso y bebedor, otra de padre y esposo amoroso perfecto en apariencia y la tercera de travesti retorcido”. Pero en su interior experimentaba la fragmentación y la desilusión. Todo en su vida comenzó a desmoronarse.
Se volcó al alcohol como mecanismo de defensa y esto aumentó su deseo de convertirse en una mujer. Asegura que permitió a la niña dentro de su cabeza “expresarse” cada vez más, cuando él captó desesperadamente los momentos de alivio del embravecido mar de dolores y problemas de la vida.
Fue así como puso sus esperanzas en la cirugía de sexo como la solución que haría que su dolor desapareciera para siempre.
Primero vinieron los implantes de pechos grandes. Luego hizo lo que Walt lamenta mucho, la transformación quirúrgica de su órgano reproductor masculino para que pareciera un órgano reproductor femenino.
Walt tenía la esperanza que el procedimiento pudiera aliviar su “debilitante sufrimiento psicológico” y que eso iba a detener, de una vez por todas, el conflicto que lo había atormentado desde la infancia. Pero para su consternación, la reordenación de sus partes privadas y el cambio de su apariencia no efectuó el cambio correspondiente en el interior.
Después de la cirugía, su se convirtió en un campo de batalla de pensamientos y deseos conflictivos que el describe como “agravante, penoso, deprimente, discordante, distorsionado [e] impredecible”.
Después de la cirugía se dio cuenta que había cometido un “gran error”. Su adicción a la cocaína y al alcohol, en un intento de mitigar el dolor emocional aumentó su miseria, la depresión y la soledad.
Walt llegó a la conclusión que la cirugía fue un “fraude total” y por lo tanto no tenía sentido vivir la vida como una mujer quirúrgica, como un “impostor”.
Fue así como tocó fondo. La cirugía había destruido su identidad, su familia, su círculo social y su carrera. Sentía que no había nada para él sino morir. Fue así como Laura Jensen, nombre de Walt como mujer, trató de lanzarse desde una azotea pero fue detenido por un transeúnte.
Sin hogar y sin dinero, el quebrantado “transexual” habría terminado viviendo en la calle si un buen samaritano no le hubiese dado un lugar para dormir en un garaje. Este nuevo amigo le animó a Alcohólicos Anónimos, donde se dio cuenta que tenía que conectarse con Jesús.
En su relación con Jesucristo se dio cuenta que era realmente un hombre, pero que estaba envuelto en una “máscara de mujer”.
“Era consciente que ahora estaba entre los deshechos de la humanidad, hundido en una vida arrojada a la basura, distorsionada por mis propias decisiones. El alcohol, las drogas y la cirugía me habían hecho inútil para cualquier cosa. Yo había fracasado estrepitosamente como el hombre que Dios había creado para que yo lo fuese”.
Con la ayuda de unos amigos cristianos que conoció comenzó su viaje hacia la sanación y hacia el descubrimiento de su verdadera identidad como hombre. Walt se dio cuenta que la clave para ganar la batalla era la sobriedad. Se repetía “Mantente sobrio, sin importar en qué, mantente sobrio”. Dejó la bebida y se volvió a Jesús como una fuente de fortaleza.
En cierta ocasión, durante un tiempo de oración con un psicólogo cristiano, Walt dice que experimentó espiritualmente al Señor, todo vestido de blanco, que se acercó a él con los brazos abiertos, lo envolvió y le dijo: “Ahora conmigo estás a salvo para siempre”. Fue en ese momento que Walt supo que iba a encontrar en Jesús la sanación y la paz que él tanto deseaba.
Ahora en su madurez Walt cree que si pudiera volver atrás en el tiempo y decirse a sí mismo algo a si mismo se diría evita la cirugía de sexo y que descubre la causa que subyace en el deseo por la cirugía.
Con su historia Walt da testimonio del poder de Dios y le dice al mundo que nunca se debe “subestimar el poder sanador de la oración y el amor en las manos del Señor”.
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