La causa principal de mi pobreza e ineficacia es debido a una inexplicable negligencia en la oración. Puede escribir, leer, conversar y oír con voluntad presta pero la oración es más íntima e espiritual que estas cosas y por eso mi corazón carnal fácilmente la rehúye. La oración, la paciencia y la fe nunca quedan sin efecto. Hace tiempo que he aprendido que si llego a ser un ministro será por la oración y la fe. Cuando mi corazón está en aptitud y libertad para orar, cualquier otra tarea es comparativamente sencilla. Richard Newton
Es necesario establecercomo un axioma espiritual que en todo buen ministerio la oración es una fuerza dominante y manifiesta no sólo en la vida del predicador, sino en la espiritualidad profunda de su obra. Un ministro puede ser todo lo dedicado que se quiera sin oración, asegurar fama y popularidad sin oración; toda la maquinaria de la vida y obra del predicador puesta en movimiento sin el aceite de la oración o con un poco apenas para engrasar alguno de los dientes de las ruedas, pero ningún ministerio puede ser espiritual y lograr la santidad del predicador y de su pueblo, sin la oración como fuerza dominante y manifiesta.
El predicador que ora tiene la ayuda efectiva de Dios en su obra. Dios no muestra su presencia en la obra del predicador como cosa natural o en principios generales, sino que viene por la oración urgente y especial. Que Dios puede ser hallado el día que le busquemos con todo el corazón, es tan cierto para el predicador como para el penitente. Un ministerio donde la oración es el único medio capaz de poner al predicador en simpatía con el pueblo. La predicación le liga tanto a lo humano como a lo divino. Solo el ministerio donde hay oración es idóneo para los altos oficios y responsabilidades de la predicación. Los colegios, el saber, los libros, la teología, la predicación, no pueden hacer por el predicador lo que hace la oración. La comisión para predicar dado a los apóstoles fue una hoja en blanco hasta que no la llenó el Pentecostés pedido en oración.
Un ministro devoto ha ido más allá de las regiones de lo popular, es más que un hombre ocupado de actividad mundana, de atractivo en el púlpito. Ha ido más allá del organizador o director eclesiástico hasta alcanzar lo sublime y poderoso, lo espiritual. La santidad es el producto de su obra; los corazones y vidas transfiguradas son el blasón de la realidad de su trabajo, de su naturaleza genuina y substancial. Dios está con él. Su ministerio no se proyecta sobre principios mundanos o superficiales. Tiene grandes reservas y conocimientos profundos de los bienes de Dios. Su comunión frecuente e íntima con Dios de su pueblo y la agonía de su espíritu luchador le han coronado como un príncipe en el reino de Dios. El hielo del simple profesional se ha derretido con la intensidad de su oración.
Los resultados superficiales del ministerio de algunos, la inercia del de otros, tienen que explicarse en la falta de oración. Ningún ministerio puede alcanzar éxito sin mucha oración, y esta oración ha de ser fundamental, constante y creciente. El texto, el sermón han de ser la consecuencia de la oración. Su cuarto de estudio ha de estar bañado en oración, todos los actos impregnados de este espíritu. “Lamento haber orado muy poco”, fue la expresión de pesadumbre que tuvo en su lecho de muerte uno de los escogidos de Dios, remordimiento que nos entristece tratándose de un predicador. “Deseo una vida de muy grande, profunda y verdadera oración”, decía otro predicador notable. ¡Que esto digamos todos y para ello nos esforcemos!
Los genuinos predicadores de Dios se han distinguido por esta gran característica: han sido hombres de oración. A menudo difieren en algunos rasgos, pero han coincidido en el requisito central. Quizás han partido de diferentes puntos y atravesado distintos caminos pero están unidos en la oración. Para ellos Dios fue el centro de la atracción y la oración ha sido la ruta que los ha conducido a Él. Estos hombres no han orado ocasionalmente ni en cortas proporciones a horas regulares, sino que sus oraciones han penetrado y formado sus caracteres; han afectado sus propias vidas y las de otros, y han formado la historia de la Iglesia e influenciado la corriente de los tiempos. Han pasado mucho tiempo en oración, no porque lo marcaran en la sombra del reloj de sol o las manecillas de un reloj moderno, sino porque para ellos fue una ocupación tan importante y atractiva que difícilmente la abandonaban.
La oración para ellos ha sido como fue para Pablo, un ardiente esfuerzo del alma; lo que fue para Jacob, haber luchado y vencido; lo que fue para Cristo “gran clamor y lágrimas”. “La oración eficaz” ha sido el arma más poderosa de los soldados más denodados de Dios. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Lo que se dice de Elías respecto de que “era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”, incluye a todos los profetas y predicadores que han guiado hacia Dios la generación en que han vivido, dando a conocer el instrumento por el que han hecho maravillas.
El predicador que ora tiene la ayuda efectiva de Dios en su obra. Dios no muestra su presencia en la obra del predicador como cosa natural o en principios generales, sino que viene por la oración urgente y especial. Que Dios puede ser hallado el día que le busquemos con todo el corazón, es tan cierto para el predicador como para el penitente. Un ministerio donde la oración es el único medio capaz de poner al predicador en simpatía con el pueblo. La predicación le liga tanto a lo humano como a lo divino. Solo el ministerio donde hay oración es idóneo para los altos oficios y responsabilidades de la predicación. Los colegios, el saber, los libros, la teología, la predicación, no pueden hacer por el predicador lo que hace la oración. La comisión para predicar dado a los apóstoles fue una hoja en blanco hasta que no la llenó el Pentecostés pedido en oración.
Un ministro devoto ha ido más allá de las regiones de lo popular, es más que un hombre ocupado de actividad mundana, de atractivo en el púlpito. Ha ido más allá del organizador o director eclesiástico hasta alcanzar lo sublime y poderoso, lo espiritual. La santidad es el producto de su obra; los corazones y vidas transfiguradas son el blasón de la realidad de su trabajo, de su naturaleza genuina y substancial. Dios está con él. Su ministerio no se proyecta sobre principios mundanos o superficiales. Tiene grandes reservas y conocimientos profundos de los bienes de Dios. Su comunión frecuente e íntima con Dios de su pueblo y la agonía de su espíritu luchador le han coronado como un príncipe en el reino de Dios. El hielo del simple profesional se ha derretido con la intensidad de su oración.
Los resultados superficiales del ministerio de algunos, la inercia del de otros, tienen que explicarse en la falta de oración. Ningún ministerio puede alcanzar éxito sin mucha oración, y esta oración ha de ser fundamental, constante y creciente. El texto, el sermón han de ser la consecuencia de la oración. Su cuarto de estudio ha de estar bañado en oración, todos los actos impregnados de este espíritu. “Lamento haber orado muy poco”, fue la expresión de pesadumbre que tuvo en su lecho de muerte uno de los escogidos de Dios, remordimiento que nos entristece tratándose de un predicador. “Deseo una vida de muy grande, profunda y verdadera oración”, decía otro predicador notable. ¡Que esto digamos todos y para ello nos esforcemos!
Los genuinos predicadores de Dios se han distinguido por esta gran característica: han sido hombres de oración. A menudo difieren en algunos rasgos, pero han coincidido en el requisito central. Quizás han partido de diferentes puntos y atravesado distintos caminos pero están unidos en la oración. Para ellos Dios fue el centro de la atracción y la oración ha sido la ruta que los ha conducido a Él. Estos hombres no han orado ocasionalmente ni en cortas proporciones a horas regulares, sino que sus oraciones han penetrado y formado sus caracteres; han afectado sus propias vidas y las de otros, y han formado la historia de la Iglesia e influenciado la corriente de los tiempos. Han pasado mucho tiempo en oración, no porque lo marcaran en la sombra del reloj de sol o las manecillas de un reloj moderno, sino porque para ellos fue una ocupación tan importante y atractiva que difícilmente la abandonaban.
La oración para ellos ha sido como fue para Pablo, un ardiente esfuerzo del alma; lo que fue para Jacob, haber luchado y vencido; lo que fue para Cristo “gran clamor y lágrimas”. “La oración eficaz” ha sido el arma más poderosa de los soldados más denodados de Dios. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Lo que se dice de Elías respecto de que “era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”, incluye a todos los profetas y predicadores que han guiado hacia Dios la generación en que han vivido, dando a conocer el instrumento por el que han hecho maravillas.
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