viernes, 21 de septiembre de 2012

La silla de la integridad

La silla de la integridad
Rev. Jorge Álvarez
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré”, 1 Samuel 12:3.
Hay muchas sillas y algunas nos producen mucho descanso, pero en esta ocasión me refiero a la silla que al estar en ella nos demanda responsabilidades. El estudiante en el colegio o universidad tiene su silla y sabe que como estudiante llegará el momento en que será evaluado y algunos hasta tiemblan cuando viene la evaluación. En el trabajo también hay sillas que se ocupan dependiendo su preparación académica y en ese lugar no podemos estar con los brazos cruzados, sino que tenemos que hacer el trabajo que nos corresponde y cumplir con nuestras responsabilidades. Así que son muchas las sillas que podemos mencionar, silla de gobernación, silla presidencial, etc. Pero hay una que nos interesa abundar: La silla de la integridad.
 
En el libro de Samuel encontramos la amenaza de los filisteos, era algo terrible y esto producía crisis en el pueblo de Israel. En los tiempos de Sansón, el pueblo estaba establecido en Palestina y también los filisteos atacaron a Israel. En cierta manera, el pueblo confiaba en Sansón porque Dios lo había preparado con una fuerza especial, pero esta era para defenderlos.
 
Posteriormente, Sansón no supo emplear el poder sobrenatural que Dios le había dotado. Fue negligente en aquello que Dios había puesto en sus manos. Sin embargo, surge un líder nuevo y allí estaba David y también estaban los filisteos, pero el poder de los filisteos fue quebrantado porque David se movía con autoridad, ya que Dios estaba con él.
 
Retomando el libro de Samuel encontramos que Israel se estableció en Silo, ellos gozaban del tabernáculo del cual Elí era el Sumo Sacerdote. En ese tiempo la religión estaba en una decadencia absoluta, faltaba la integridad en su totalidad, pues Elí no enseñó a sus hijos la reverencia en la casa de Dios. La Biblia dice que Ofni y Finees no tenían conocimiento de Jehová. La situación era crítica porque sus hijos eran indisciplinados, sin conocimiento, sin reverencia y así como estaban, su padre los tenía en el templo ministrando como sacerdotes.
 
Aquellos impíos comenzaron a aprovecharse del pueblo cuando aducían los sacrificios. El pueblo venía a Silo porque quería adorar y bendecir a Dios, pero no había ministración sacerdotal, sencillamente lo primero que hacían era pedir la porción sacerdotal y después se hacía el sacrificio. No se permitía entrar a la adoración sin antes entregar la porción sacerdotal. Su comportamiento era desagradable porque profanaban el santuario con el libertinaje, sin importarle la vida espiritual del pueblo. La ceremonia la estaban llevando a cabo rutinariamente, de forma tradicional, pero sin temor reverencial. Lo más lamentable lo sufrió el pueblo de Israel.
 
En ese ambiente de corrupción, donde los dirigentes y líderes estaban en pecado, se levantó Samuel. Ya Dios lo estaba preparando para unos fines específicos y a pesar de ese ambiente, reaccionó de forma agradable delante de Dios y asumió la responsabilidad ante el llamado divino. El entendió que tenía que comenzar a organizar todo aquel desorden.
 
El descuido de Elí provocó el juicio, por dos ocasiones Dios le habló para que enmendara su camino y corrigiera todo aquello que estaba haciendo. En 1 Samuel 2:30 encontramos que el profeta le habló a Elí y le declaró: “Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco”. En otras palabras Elí estaba honrando a sus hijos más que a Dios. La segunda advertencia se la dio cuando Dios llama a Samuel y trata con él y le dice la condición de la familia y el hogar. “Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado”, 1 Samuel 3:12-13.
 
Cabe aclarar que cuando no hay integridad se piensa que hay tolerancia de parte de Dios. Hasta se dice que Dios es amor, la realidad es que nuestro Dios no tolera el pecado, Él quita y pone, hace cambios. En el registro sagrado palpamos estos cambios en los cuales Dios obra con mano fuerte. Isaías dice que Él desnudó su brazo, dejando ver su autoridad, poder y gloria. A Elí le llegó el día del juicio, quizás pensó que no iba a acontecer nada. Estando los hijos de Elí en la batalla, los filisteos comenzaron a prevalecer, entonces los hijos de Elí planificaron traer el arca; en realidad, ellos no debían estar en la línea de batalla porque no andaban bien delante de Dios. Así hay muchos que quieren estar en la línea de batalla y aparentar ser hombres de guerra, de pelea, pero son unos fracasados. El traer el arca, era forzar a Dios a que les diera la victoria. Sin embargo, la derrota de Israel fue aplastante y los hijos de Elí murieron.
 
Ante este desastre entra Samuel como juez, profeta y sacerdote, se producen cambios bajo su gobierno. Inmediatamente captura el arca de Dios, surge un despertar espiritual, obtiene victorias nuevas. Note usted que Samuel no era del linaje de Aarón, pero ofició como principal sacerdote. En una ocasión el pueblo de Israel y Samuel se reunieron en Mizpa. Dios les estaba ministrando, ellos estaban en sus ayunos y sacrificios. Cuando estamos en ayuno y oración Dios mira la trama del enemigo y nos defiende, nos libra de muchas situaciones que a veces desconocemos.
 
Los filisteos oyeron que los hijos de Israel estaban en Mizpa y subieron para atacarlos. Cuando el profeta Samuel vio aquella situación no utilizó el estilo de los hijos de Elí, no trajo el arca para forzar a Dios, sino que buscó a Dios en ayuno y oración. Porque su estilo era el sacrificio delante de Dios y allí sin mover las manos, sin hacer mucha fuerza, obtuvo la victoria. Jehová había guiado a Samuel a encaminar, a levantar la vida espiritual del pueblo de Israel, ahora estaban pidiendo un rey ante la excusa del envejecimiento de Samuel. Esto por supuesto no agradó a Samuel y oró a Jehová e inmediatamente llegó la respuesta: “No te han desechado a ti, sino a mí, me han desechado para que no reine sobre ellos”.
 
Fue entonces que Samuel, por dirección de Dios, ungió a Saúl por rey de Israel, sus comienzos fueron extraordinarios como siervo de Dios. Lo que me llama la atención es que en privado Saúl fue ungido, pero fue aclamado y proclamado públicamente. Las cosas de Dios comienzan en privado, en la cámara secreta, a solas, en la intimidad nos revela, nos indica sus propósitos para nuestras vidas. Llegó el momento en que Samuel se tenía que despedir del pueblo y es allí que se presenta ante ellos con la prueba de la integridad. Él dice: “Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré”. Es por eso que Samuel se sienta en la silla de la integridad, silla de acusados para que el pueblo pruebe su integridad, su conducta y proceder delante de ellos.
 
Samuel expresa: “Si he tomado el buey de alguno”. Éxodo 22 nos dice que aquel que robare un buey tenía que pagar con cinco bueyes. El buey es símbolo de trabajo. También les dice: “si he tomado el asno de alguno...”, este es el animal de la carga, esto representa el sustento. Si nosotros dejamos a alguien desamparado no le hemos dado lo que esa persona necesita, y no hemos suplido su necesidad estamos fallando. Continúa diciendo: “si he calumniado, si he difamado...” En 1 Pedro 3:16 dice: “Sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo”. Los íntegros no pueden robar bueyes, ni desear aquello que otros tengan. Vivimos en un tiempo de tantos celos que muchos desean hasta el estilo de ministerios de otros y a veces se imita y se copia la forma de ministrar y de cantar. ¿Podremos sentarnos en la silla de la integridad como Samuel?
 
Podrá usted decir: “Si yo he agraviado”; hay quienes se satisfacen en ofender, debemos guardarnos de esto. Que no haya prejuicio entre nosotros, el Señor nos llama a ser íntegros en todo. Podrá usted decir: “Si he tomado cohecho, soborno, si he entrado en este proceso de corrupción”; la integridad reclama limpieza de manos y actitudes. Hay que tener cuidado, no podemos confabularnos con nadie para destruir a nuestro hermano, tenemos que amarnos y ayudarnos.
 
Samuel se sentó esperando el señalamiento del pueblo y luego dice, “si acaso yo lo he hecho, yo lo restituiré”, así que, el valiente, limpio e íntegro restituye (devuelve) y acepta públicamente si ha cometido alguna falta porque desea agradar a Dios. Zaqueo tuvo un encuentro con Jesús y fue confrontado porque había tomado lo que no le pertenecía y allí entendió que tenía que devolver pero no sólo devolvió, sino que supo multiplicar lo que había tomado y restituyó.
 
¿Te atreves a sentarte en la silla de la integridad? ¿Te sientes limpio o hay algo que Dios tiene que quitar? Devuelve, restituye y ve a la presencia de Dios y disfruta de ella con libertad.
 
El ministro debe ser íntegro y cumplir con sus responsabilidades ante la grey que Dios ha puesto a su cargo. Hay muchos que comienzan bien pero con el transcurrir de los años sufren cambios terribles y evaden cualquier señalamiento porque no son íntegros.

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