Rev. Jorge Álvarez
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su
ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno,
si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he
tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré”, 1
Samuel 12:3.
Hay muchas sillas y algunas nos producen mucho descanso, pero en esta
ocasión me refiero a la silla que al estar en ella nos demanda
responsabilidades. El estudiante en el colegio o universidad tiene su
silla y sabe que como estudiante llegará el momento en que será evaluado
y algunos hasta tiemblan cuando viene la evaluación. En el trabajo
también hay sillas que se ocupan dependiendo su preparación académica y
en ese lugar no podemos estar con los brazos cruzados, sino que tenemos
que hacer el trabajo que nos corresponde y cumplir con nuestras
responsabilidades. Así que son muchas las sillas que podemos mencionar,
silla de gobernación, silla presidencial, etc. Pero hay una que nos
interesa abundar: La silla de la integridad.
En el libro de Samuel encontramos la amenaza de los filisteos, era algo
terrible y esto producía crisis en el pueblo de Israel. En los tiempos
de Sansón, el pueblo estaba establecido en Palestina y también los
filisteos atacaron a Israel. En cierta manera, el pueblo confiaba en
Sansón porque Dios lo había preparado con una fuerza especial, pero esta
era para defenderlos.
Posteriormente, Sansón no supo emplear el poder sobrenatural que Dios
le había dotado. Fue negligente en aquello que Dios había puesto en sus
manos. Sin embargo, surge un líder nuevo y allí estaba David y también
estaban los filisteos, pero el poder de los filisteos fue quebrantado
porque David se movía con autoridad, ya que Dios estaba con él.
Retomando el libro de Samuel encontramos que Israel se estableció en
Silo, ellos gozaban del tabernáculo del cual Elí era el Sumo Sacerdote.
En ese tiempo la religión estaba en una decadencia absoluta, faltaba la
integridad en su totalidad, pues Elí no enseñó a sus hijos la reverencia
en la casa de Dios. La Biblia dice que Ofni y Finees no tenían
conocimiento de Jehová. La situación era crítica porque sus hijos eran
indisciplinados, sin conocimiento, sin reverencia y así como estaban, su
padre los tenía en el templo ministrando como sacerdotes.
Aquellos impíos comenzaron a aprovecharse del pueblo cuando aducían los
sacrificios. El pueblo venía a Silo porque quería adorar y bendecir a
Dios, pero no había ministración sacerdotal, sencillamente lo primero
que hacían era pedir la porción sacerdotal y después se hacía el
sacrificio. No se permitía entrar a la adoración sin antes entregar la
porción sacerdotal. Su comportamiento era desagradable porque profanaban
el santuario con el libertinaje, sin importarle la vida espiritual del
pueblo. La ceremonia la estaban llevando a cabo rutinariamente, de forma
tradicional, pero sin temor reverencial. Lo más lamentable lo sufrió el
pueblo de Israel.
En ese ambiente de corrupción, donde los dirigentes y líderes estaban
en pecado, se levantó Samuel. Ya Dios lo estaba preparando para unos
fines específicos y a pesar de ese ambiente, reaccionó de forma
agradable delante de Dios y asumió la responsabilidad ante el llamado
divino. El entendió que tenía que comenzar a organizar todo aquel
desorden.
El descuido de Elí provocó el juicio, por dos ocasiones Dios le habló
para que enmendara su camino y corrigiera todo aquello que estaba
haciendo. En 1 Samuel 2:30 encontramos que el profeta le habló a Elí y
le declaró: “Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían
delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal
haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian
serán tenidos en poco”. En otras palabras Elí estaba honrando a sus
hijos más que a Dios. La segunda advertencia se la dio cuando Dios llama
a Samuel y trata con él y le dice la condición de la familia y el
hogar. “Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho
sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo
juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus
hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado”, 1 Samuel
3:12-13.
Cabe aclarar que cuando no hay integridad se piensa que hay tolerancia
de parte de Dios. Hasta se dice que Dios es amor, la realidad es que
nuestro Dios no tolera el pecado, Él quita y pone, hace cambios. En el
registro sagrado palpamos estos cambios en los cuales Dios obra con mano
fuerte. Isaías dice que Él desnudó su brazo, dejando ver su autoridad,
poder y gloria. A Elí le llegó el día del juicio, quizás pensó que no
iba a acontecer nada. Estando los hijos de Elí en la batalla, los
filisteos comenzaron a prevalecer, entonces los hijos de Elí
planificaron traer el arca; en realidad, ellos no debían estar en la
línea de batalla porque no andaban bien delante de Dios. Así hay muchos
que quieren estar en la línea de batalla y aparentar ser hombres de
guerra, de pelea, pero son unos fracasados. El traer el arca, era forzar
a Dios a que les diera la victoria. Sin embargo, la derrota de Israel
fue aplastante y los hijos de Elí murieron.
Ante este desastre entra Samuel como juez, profeta y sacerdote, se
producen cambios bajo su gobierno. Inmediatamente captura el arca de
Dios, surge un despertar espiritual, obtiene victorias nuevas. Note
usted que Samuel no era del linaje de Aarón, pero ofició como principal
sacerdote. En una ocasión el pueblo de Israel y Samuel se reunieron en
Mizpa. Dios les estaba ministrando, ellos estaban en sus ayunos y
sacrificios. Cuando estamos en ayuno y oración Dios mira la trama del
enemigo y nos defiende, nos libra de muchas situaciones que a veces
desconocemos.
Los filisteos oyeron que los hijos de Israel estaban en Mizpa y
subieron para atacarlos. Cuando el profeta Samuel vio aquella situación
no utilizó el estilo de los hijos de Elí, no trajo el arca para forzar a
Dios, sino que buscó a Dios en ayuno y oración. Porque su estilo era el
sacrificio delante de Dios y allí sin mover las manos, sin hacer mucha
fuerza, obtuvo la victoria. Jehová había guiado a Samuel a encaminar, a
levantar la vida espiritual del pueblo de Israel, ahora estaban pidiendo
un rey ante la excusa del envejecimiento de Samuel. Esto por supuesto
no agradó a Samuel y oró a Jehová e inmediatamente llegó la respuesta:
“No te han desechado a ti, sino a mí, me han desechado para que no reine
sobre ellos”.
Fue entonces que Samuel, por dirección de Dios, ungió a Saúl por rey de
Israel, sus comienzos fueron extraordinarios como siervo de Dios. Lo
que me llama la atención es que en privado Saúl fue ungido, pero fue
aclamado y proclamado públicamente. Las cosas de Dios comienzan en
privado, en la cámara secreta, a solas, en la intimidad nos revela, nos
indica sus propósitos para nuestras vidas. Llegó el momento en que
Samuel se tenía que despedir del pueblo y es allí que se presenta ante
ellos con la prueba de la integridad. Él dice: “Aquí estoy; atestiguad
contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey
de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien,
si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar
mis ojos con él; y os lo restituiré”. Es por eso que Samuel se sienta en
la silla de la integridad, silla de acusados para que el pueblo pruebe
su integridad, su conducta y proceder delante de ellos.
Samuel expresa: “Si he tomado el buey de alguno”. Éxodo 22 nos dice que
aquel que robare un buey tenía que pagar con cinco bueyes. El buey es
símbolo de trabajo. También les dice: “si he tomado el asno de
alguno...”, este es el animal de la carga, esto representa el sustento.
Si nosotros dejamos a alguien desamparado no le hemos dado lo que esa
persona necesita, y no hemos suplido su necesidad estamos fallando.
Continúa diciendo: “si he calumniado, si he difamado...” En 1 Pedro 3:16
dice: “Sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en
Cristo”. Los íntegros no pueden robar bueyes, ni desear aquello que
otros tengan. Vivimos en un tiempo de tantos celos que muchos desean
hasta el estilo de ministerios de otros y a veces se imita y se copia la
forma de ministrar y de cantar. ¿Podremos sentarnos en la silla de la
integridad como Samuel?
Podrá usted decir: “Si yo he agraviado”; hay quienes se satisfacen en
ofender, debemos guardarnos de esto. Que no haya prejuicio entre
nosotros, el Señor nos llama a ser íntegros en todo. Podrá usted decir:
“Si he tomado cohecho, soborno, si he entrado en este proceso de
corrupción”; la integridad reclama limpieza de manos y actitudes. Hay
que tener cuidado, no podemos confabularnos con nadie para destruir a
nuestro hermano, tenemos que amarnos y ayudarnos.
Samuel se sentó esperando el señalamiento del pueblo y luego dice, “si
acaso yo lo he hecho, yo lo restituiré”, así que, el valiente, limpio e
íntegro restituye (devuelve) y acepta públicamente si ha cometido alguna
falta porque desea agradar a Dios. Zaqueo tuvo un encuentro con Jesús y
fue confrontado porque había tomado lo que no le pertenecía y allí
entendió que tenía que devolver pero no sólo devolvió, sino que supo
multiplicar lo que había tomado y restituyó.
¿Te atreves a sentarte en la silla de la integridad? ¿Te sientes limpio
o hay algo que Dios tiene que quitar? Devuelve, restituye y ve a la
presencia de Dios y disfruta de ella con libertad.
El ministro debe ser íntegro y cumplir con sus responsabilidades ante
la grey que Dios ha puesto a su cargo. Hay muchos que comienzan bien
pero con el transcurrir de los años sufren cambios terribles y evaden
cualquier señalamiento porque no son íntegros.
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