Un libro extraordinario, incuestionablemente, el best seller mundial de todos los tiempos, con millones de copias impresas. Una sola de las organizaciones distribuidoras, reportó entregas sobre los 627’000,000 de Biblias en un año a nivel mundial (United Bible Societies, 1999).
¿Es la Biblia real? Ciertamente, la Biblia es un libro extraordinario, incuestionablemente, el best seller mundial de todos los tiempos, con millones de copias impresas. Una sola de las organizaciones distribuidoras, reportó entregas sobre los 627’000,000 de Biblias en un año a nivel mundial (United Bible Societies, 1999). En realidad, la Biblia es la recopilación de sesenta y seis libros, escritos por más de cuarenta autores separados, provenientes de una variedad de entornos (desde sencillos campesinos hasta nobles reyes) por un período de por lo menos mil seiscientos años. Esos sesenta y seis libros están divididos básicamente en dos partes: el “Antiguo Testamento” (39 libros) y el “Nuevo Testamento” (27 libros). La Biblia fue completada en su totalidad, aproximadamente hace dos mil años y permanece en la actualidad como la obra literaria mejor preservada de toda la antigüedad, con más de veinticuatro mil antiguos manuscritos del Nuevo Testamento descubiertos hasta el momento. Comparemos ésta con la segunda obra de la antigüedad mejor preservada, “La Iliada” de Homero, con solo seiscientos cuarenta y tres manuscritos preservados y descubiertos hasta la actualidad.
Inspirada por Dios
Así que, ¿es la Biblia real? Si la Biblia es en realidad lo que afirma ser, las implicaciones para nosotros son considerables. La Biblia afirma cándidamente ser “inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Por supuesto, la Biblia no es el único libro que afirma ser de inspiración divina, pero es el único que ofrece evidencia sustancial para apoyar sus afirmaciones. Incluso va tan lejos como para desafiar a sus lectores a comprobarla, exhortándonos a someterlo “examinadlo todo” (1 Tesalonicenses 5:21).
La Prueba de la Profecía
¿Es la Biblia Real? Incuestionablemente, la única evidencia mayor que nos conduce a la veracidad de las afirmaciones de la Biblia de ser inspiración divina, es el cumplimiento de la profecía bíblica. Piensa en lo siguiente: si el hombre fuera capaz de vaticinar el futuro clara y consistentemente, ¿existiría la billonaria industria de las apuestas de Las Vegas? Estamos seguros que no serían así. Dado que el hombre por sí mismo es incapaz de vaticinar los eventos futuros, la profecía es un indicativo razonable de la inspiración sobrenatural. Aparentemente, la Biblia contiene más de mil profecías inspiradas. La vasta mayoría de estas profecías ya ha sucedido y puede ser verificada por la historia secular. Piensa, por ejemplo, en las profecías de Ezequiel, concernientes al juicio de Dios sobre la antigua capital fenicia de Tiro (Ezequiel, capítulo 26). La profecía establece que Tiro sería arrasada en primer lugar por el rey babilonio Nabucodonosor. Más adelante, sería completamente destruida por una colisión de naciones, demolida como una roca, sus ruinas (e incluso su polvo) serían borrados y tirados al océano, convirtiéndose en un lugar para que los pescadores tiendan sus redes. Las naciones circundantes serían testigos del destino de Tiro y se rendirían sin luchar. Es más bien una profecía extraña. Sorprendentemente, las condiciones de la profecía de Ezequiel se cumplieron, hasta el más mínimo detalle. Nabucodonosor saqueó Tiro. Luego, Alejandro el Grande lideró una coalición de naciones en contra de Tiro, la demolió, la borró hasta dejarla en piedras y arrojó sus ruinas al océano. El antiguo emplazamiento se convirtió (y permanece hasta la fecha) en un lugar para que los pescadores locales coloquen sus redes a secar. (Para confirmación secular, ver General History for Colleges and High Schools [Historia General para Universidades y Colegios] Boston, Ginn & Co., p. 55).
La profecía no es únicamente un fenómeno de la antigüedad. La profecía bíblica se está cumpliendo en la actualidad ante nuestros ojos. Piensa en la nación de Israel. Los judíos eran “el más insignificante de todos los pueblos” (Deuteronomio 7:7), sin un territorio y sin libertad, sirviendo como esclavos en Egipto. En ese tiempo, Egipto era la potencia mundial dominante; sin embargo, debido a una promesa que Dios hizo a un hombre llamado Abraham, a su hijo Isaac y a su nieto Jacob siglos antes, Dios rescató a los israelitas de su esclavitud “con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros” (Deuteronomio 26:8). Dios les dio a los israelitas un territorio, hizo un pacto con ellos y les confió la Biblia. Israel era una nación apartada para Dios, el testimonio de Dios para un mundo que le dio la espalda a Aquel que los creó. Tristemente, la historia de Israel, así como la del mundo, era una historia de constante rebeldía en contra de Dios. Una y otra vez, el pueblo judío se rebelaría, sufriendo la ira de Dios, humillándose, arrepintiéndose de su rebelión y regresando a Dios, y recibiendo su bendición una vez más, solo para empezar el proceso nuevamente… finalmente, Dios envió a naciones en contra de ellos (como lo hizo con la antigua Tiro) y se llevó a los judíos de su territorio. En el año setenta de la era cristiana, las legiones romanas diseminaron a Israel, dispersando a los judíos alrededor del mundo, prohibiéndoles volver a entrar en su territorio. Los judíos estuvieron sin tierra por mil novecientos años. Sin embargo, Dios prometió a los judíos que, aunque él les sacaría de su territorio, ellos permanecerían como un pueblo con identidad y que regresarían a su tierra una vez más (ver, por ejemplo, Levítico 26:13-16; Nehemías 1:8-9; Deuteronomio 30:1-5). En sí mismo, es un milagro que los judíos hayan sobrevivido y permanecido como un pueblo con identidad y sin territorio por mil novecientos años. Todas las otras naciones que alguna vez han perdido su tierra, son asimiladas por las naciones circundantes y pierden su identidad en unos pocos cientos de años. Pero, los judíos han permanecido —y milagrosamente regresado— a Israel como su territorio oficial en 1948.
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