Rev. Humberto Henao
El apóstol Pablo le llama “la buena batalla” (2 Timoteo 4:7), porque hay algunas batallas que no son buenas, pero ésta, la cristiana lo es.
“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto. Y cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo, y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.
Y los oficiales hablarán al pueblo, diciendo: ¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la estrene. ¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la disfrute. ¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la tome. Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”, Deuteronomio 20:1-8.
Es curioso que el apóstol Pablo le llame “la buena batalla” (2 Timoteo 4:7), porque hay algunas batallas que no son buenas, pero ésta, la cristiana lo es. La exhortación es para Timoteo que estaba bajando la guardia y estaba propenso a sucumbir, a perderla, el cansancio y la fatiga habían producido en Timoteo cierto descenso y aquí se le exhorta a que pelee la buena batalla. En la primera carta a Timoteo parece que la batalla de él era fuerte, era titánica pero se mantenía; en la segunda carta a Timoteo contiene muchas palabras de motivación e incentivo para seguir peleando sin desmayar.
Pero hemos retrocedido hasta el libro de Deuteronomio, porque aquí están las leyes sobre las guerras, es curioso que el Dios del cielo reglamente la guerra, será por hecho que el pueblo de Israel iba a tener guerras, conflictos, y entonces entre otras cosas el Señor les dice cómo hacer la guerra, motivándoles a atender la voz de Él. Los estudiosos de la historia humana dicen que en los 6 mil años de historia que han transcurrido sobre la tierra, sumados todos los tiempos de paz, no llega a los doscientos años de paz, en los 6 mil años, o sea en 5 mil ochocientos; siempre ha habido guerras, bien sean regionales, étnicas, internacionales, sea como sea, pero siempre habrá conflictos en cualquier parte de la tierra, no ha transcurrido época relativamente larga donde todo el planeta esté en paz, sea política, religiosa, ideológica, regional, étnica, siempre habrá guerras.
Saben ustedes que por esa ausencia de paz los hombres se vieron abocados a reglamentar las guerras, en vista de poderlas acabar, les tocó juntarse un grupo de estudiosos y reglamentaron las guerras. Terminada la segunda guerra mundial se produjo el famoso protocolo de Ginebra, es precisamente para reglamentar la guerra, como no podían dejar de hacerla, entre ellos establecieron que: Todo combatiente de cualquier bando que fuere herido, el bando que lo encuentre distintamente del que fuere debe prestarle auxilio. Si en una guerra cualquiera sea, hay un vehículo con una cruz roja, pues a esa gente debe respetar y a ese carro también, o si es la media luna roja por allá en el Oriente Medio, ese protocolo contempla reglamentos para la guerra.
Dios le dice al pueblo de Israel, que van a tener guerra, y ustedes saben que Dios a usted y a mí nos dijo que vamos a tener guerras, el Señor Jesucristo dijo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero si ya lo encendí”. Y los cristianos verdaderos sabemos que la vida cristiana es una guerra espiritual. El libro de Gálatas presenta la vida cristiana, no como una religioncita para andar despacito, ¡no hermano!, la vida cristiana no es así, y la vida pastoral es una vida de guerra, el pastor que crea que este es un asunto bonito, que crea que es para disfrutar de un estatus y de cierta economía se equivoca, así será en una religión pero el auténtico ministerio es una continua guerra, guerra desde adentro y guerra desde afuera, guerra entre la luz y las tinieblas, entre Dios y el diablo, entre el cielo y el infierno; es que siempre ese antagonismo se ha dado.
Los jóvenes, los que están iniciando la vida cristiana ¿no les toca vivir todos los días con tentaciones y presiones internas? Los que están en la universidad o en el colegio terminando ya el bachillerato, en ese tiempo tienen que vérselas con el mismo demonio o con muchachitas insinuantes y fáciles; y las jovencitas con muchas presiones porque no se maquillan, porque no visten minifaldas, porque para ciertas personas son anticuadas; todo esto es una guerra. El padre de familia, que es una persona responsable en el hogar ¿no tiene que vérselas con mujeres de la calle, con compañeras de trabajo?, es una guerra continua. La madre de familia, que quiere ser fiel y tiene principios éticos y morales; que es presionada por la comadre, por la vecina; esa es la guerra a la que Dios nos ha llamado a combatir. No hay forma de eludirla, no hay opción de descansar en ella hasta el día en que se transponga a la eternidad y Dios nos llame a su presencia, mientras ese día llega la guerra bíblica está reglamentada.
La epístola a los Romanos dice que “el ocuparse de la carne es muerte… los designios de la carne son enemistad contra Dios… y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:6-8), los que viven en la carne perderán la guerra, que sólo serán victoriosos los que viven en el espíritu; también el apóstol Pablo dice que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). Dios nos ha garantizado con su ayuda la victoria.
Dios le dice a Israel: “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto”, Deuteronomio 20:1. Está previendo las posibles condiciones en que las guerras se iban a dar y que iba sentir Israel en un momento dado, en desventaja numérica y militar, el ver a tantos enemigos fuertemente armados, es posible que el pueblo fuera víctima del temor, del desconcierto; mas Dios se anticipa a decirle a su pueblo.
Cuando ya la guerra se va a dar, cuando las circunstancias exijan el enfrentamiento, dice la Palabra de Dios: “Y cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo”, Deuteronomio 20:2. El sacerdote le trasmitía aliento y ánimo al pueblo de Dios; no era el rey, ni era el general de la guerra, era el sacerdote quien les decía: “Oye Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros”, Deuteronomio 20:3-4.
En la guerra suya y mía está garantizada la victoria no por nuestra capacidad, no por habilidades ministeriales. Cuando los obreros crecen, algunos creen que los logros fueron por sus habilidades, incluso creen que ya no les hace falta esta Palabra, que por tantos años de ministerio ya saben mucho, hasta dicen o piensan: ¿Qué va a decir el predicador que yo ya no lo sepa? Entonces la persona entra en un receso y confía en sus conocimientos, por su confianza en sí mismo, por su estado de apatía e indiferencia, de supuesta madurez, este cree que no necesita de Dios, por eso se afloja en la oración, por eso afloja en el ayuno, por eso la confraternidad le es indiferente, ¿por qué? Porque él cree que ya tiene suficiente bagaje, esa persona perderá la batalla, ya la está perdiendo. ¡Uno necesita todos los días la ayuda del Dios del cielo!
Cuando el sacerdote terminaba de hablar les daba el lugar a los oficiales, estos militares pasaban revista a todas las tropas y les decían: “¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la estrene” (Deuteronomio 20:5). Tal vez se miraban unos a otros y el general les dice: ¡Manténganme las manos arriba, haya hay un lugar vacío para los que les da dolor dejar la casita, así que el que no sienta la intención de pelear, el que no esté seguro de que Dios lo llamó, por favor dé un paso al costado, tiene toda la libertad de hacerlo porque esta guerra no es un juego de niños, en esta guerra Dios va y peleará con vosotros, pero es probable de que no regresen y caigan muertos en esa batalla…! Entonces parte del pueblo se retiró, pero otros se quedaron con las manos levantadas; El general les dice a los que se quedaron ¿ustedes, no van a pasar? Ellos responden: ¡No! Yo tengo una casa… si ese rancho se queda, si ese departamento se queda; no importa que otro la estrene, pero ¡cuenten conmigo!
Y el pueblo todavía no había ido a la guerra y le hace la segunda pregunta: “¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la disfrute” (Deuteronomio 20:6). Algunos de los que no tienen casa pero tiene una viña, una pequeña granja, y está a punto de dar cosecha y lo reclutaron justo para cuando iba a dar la cosecha, eso es lo que le preguntaba el general al pueblo: Levanten las manos quienes tienen una viña o quienes tienen una heredad, es muy probable que otro disfrute de eso, esta guerra va hacer tan terrible que muchos podemos quedar muertos, así el que ame más a la parcelita sepa que tiene la oportunidad de devolverse. Vayan pasando a un lado… E iban pasando y el grupo iba creciendo, porque muchos que están dentro de las filas aparentan ser guerreros pero no lo son.
En el libro de los Jueces capítulo 7 usted ha leído de Gedeón cuando reclutó treinta y dos mil (32,000) hombres, y Gedeón pensaba que toda esa gente estaba dispuesta para ir a la guerra, pero el Dios quien conoce el corazón de muchos, le dijo: “Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase desde el monte de Galaad. Y se devolvieron de los del pueblo veintidós mil, y quedaron diez mil” (Jueces 7:3). Por la mañana se levantó Gedeón, hizo formar las tropas y le quedó diez mil (10,000) hombres, él tenía treinta y dos mil (32,000); se les fueron veintidós mil (22,000) cobardes, mediocres, pusilánimes; eso les pasa a muchos reclutas que se les lleva a las malas a combatir, no quisieran, no les gusta, lo que pasa es que van porque no tienen nada que hacer.
Dios quiere en su ejército gente decidida y determinada, hubieron muchos hombres de Dios decididos como Policarpo, cuando le dijeron que negara su fe, él dijo: “86 años le he servido a Dios y sólo me ha hecho bien, ¿cómo puedo negar a mi Dios, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme?” Estas palabras enfurecieron más a su transgresor. Estamos viviendo una época de cobardía, donde más de uno se apoca, y donde Dios está pasando revista a su pueblo para ver con quiénes va a la batalla. Esta gente se regresó, Gedeón dijo: ¡Me quedan 10.000, bueno los otros eran 120.000! Entonces, él contento con sus 10.000 pero de pronto el Señor le dice: “Aún es mucho el pueblo… Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré…” (Jueces 7:4-7). ¡Para Dios no es difícil salvar con muchos o con pocos!
Y esta obra la ha ubicado Dios en el concierto de concilios, no como una más sino como una dentro de la obra de Dios, el Movimiento Misionero Mundial es una obra donde para estar dentro de ella se requiere valentía y carácter, no solamente como pastor o líder sino como miembro, desde la banca, aquí uno se ciñe y empuña la espada o se acobarda y se vuelve como tantos que se han regresado. Por eso es importante que el pastor y el líder instruyan doctrinalmente al pueblo. Usted no ha visto a tantos muchachos que los amonestamos, porque andan con los pantalones aquí abajo mostrando la ropa interior, con una cresta así que parecen piel roja, ellos piensan que de esa manera se sirve a Dios; ¡un momento joven! ¿Para dónde cree que va? Pues si es así, hay otra iglesia donde le reciben con todo y cresta, pero nosotros queremos servir a Dios como la Biblia manda, y desde un principio somos llamados para ser soldados de Cristo, la Biblia llama a Dios: “Jehová de los ejércitos”.
Lo material ha privado a muchos de ser soldados de verdad. Hay pastores que lo único que les importa es lo que la iglesia produce, pero no la iglesia como tal, ¿saben que hay lideres que se acobardan en dar la doctrina por temor a que se le desaparezca un diezmo o una ofrenda que alguien trae?, ¿sabe que hay pastores que por tener cierto estatus económico, social o político, aliviana el mensaje?, dice para no ofenderlo, eso es triste, lo que le importa es la economía, así la gente se le pierda. El verdadero hombre de Dios debe retar al pueblo en el nombre de Jesús, si cree que no es capaz de esto, si cree que esto le queda grande, ahórrenos tiempo. Ese interés por lo material lo detiene, le preocupa la casa, la viña.
Así como aquí hay algunos que están esperando si se aliviana el líder, según ellos estos líderes son muy duros, son muy drásticos, que son viejitos prostáticos (como dijo un irreverente muchacho), anticuados, etc., cuando esto afloje es ahí donde vamos a ocupar. En la batalla no puede ninguno acobardarse, ni bajar de los niveles, así que ahí quedaba toda esa gente que no tenía nada, pero de pronto ese oficial de ejército, le hacia esta pregunta: “¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la tome” (Jueces 7:7).
Imagínese usted un ejército que de pronto se componen de gente joven, es muy probable que en una tropa como la nuestra en este país o en cualquier otro, que reclutan aquí desde los 17 hasta los 28 ó 30 años, en esa edad es donde hay más compromisos sentimentales, el que no ha conseguido novia en esa edad es posible que no la consiga de ahí para arriba, y la joven que no se haya sido comprometida sentimentalmente, es probable que de ahí para abajo sea más difícil, así que es probable que dentro de esa tropa el 90% de los soldados tenían novia o estaban comprometidos para casarse, ellos no esperaban esa pregunta del oficial, cuando ya lo material pasó, él fue a lo sentimental, a lo profundo de los ánimos. ¿Qué va hacer?, ¿o es que va a ir a la guerra, va a empuñar la espada, y va a estar peleando pensando en la noviecita y mandándole mensajitos de texto? Más de un recluta en las orillas de la carretera, distraídos, que le pueden caer encima y acabarlo ahí, por descuidado y por pusilánime, la mayoría de los soldados viven distraídos con el celular, conversando con las muchachas, con los amigos.
Así es que comenzaron a desfilar y a pasar para el otro lado y pasaron una gran cantidad de hombres. Siempre la gente tiene un pretexto o excusa para eludir sus responsabilidades. En Lucas 14:16-24 Jesús dijo: “Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”.
El Señor al final de esta historia, se propone una iglesia santa y pura y nosotros los pastores tenemos la obligación de retar al pueblo y de decirle la verdad tal como está escrita, para qué engañar al pueblo si tiene otros intereses, para qué tener a la gente en los bancos si lo que lo motiva es lo material, para qué invitamos al pueblo y le decimos que siembre, detrás de tremendas económicas; no se puede tener una iglesia en esa condición, hay que decirle que es el Señor del cielo quien lo llama, ¿está usted dispuesto a verse con el enemigo todos los días, dispuesto a batallar contra el pecado, la maldad, la injusticia?, ¿está usted dispuesto a renunciar a la impiedad de los deseos mundanos?, ¿está usted dispuesto a renunciar al adulterio, la fornicación, inmundicia, idolatría, pleitos, celos, injusticias, etc.?
Cuando uno le dice a la hermanita: ¡Ese muchacho no te conviene porque es un mundano! Prefieren irse de la iglesia antes que someterse al Dios del cielo, a cuántos jóvenes le hemos dicho: ¡Esa muchacha no te conviene porque es una mundana! Y muchos se han ido de la iglesia, han dejado la santidad, por irse detrás de una mundana minifaldera, para después de pasar y pedir oración y lagrimear aquí, ¿por qué? Porque se acobardan, lo mueve la carne, la carne los maneja, no es el Espíritu. Cuántos se salen de un culto a responder una llamada de celular, ¡y ay que no le conteste! ¡Cobarde, cobarde!; prefiere perderse la bendición de la Palabra y del culto por estar allá detrás de la carne, perderse el gozo que produce la buena batalla, porque yo quiero decirle que el que ha peleado la buena batalla sabe en su corazón el sabor del triunfo.
Me hace recordar de un general que tuvo Napoleón en sus tropas, este había perdido en la batalla partes de su cuerpo, y dice que Napoleón iba en su caballo pasando revista a sus tropas, de pronto se detuvo ante ese hombre que había perdido parte de su cuerpo: un miembro inferior de la rodilla hacia abajo, y tenía ahí un pedazo de madera; había perdido un ojo; una oreja; tenía cicatrices por todas partes; y se queda mirando a ese hombre. El hombre con un ojo se quedó mirándole y se puso firme, Napoleón lo señaló con la espada, y el hombre le dijo: En Waterloo una terrible batalla que hubo; y el hombre sonó el muñón y le dijo: Estuve, en la ocupación de Normandía, estuve… en todas las batallas que él preguntó, el hombre sonaba ese pedazo de palo contra el piso y le dijo: Estuve ahí… Tenía las marcas en su cuerpo, estaban las evidencias de todas las batallas que había librado, dice que Napoleón se bajo del caballo, lo condecoró y lo puso como ejemplo, ahí estaba ese hombre tuerto, un par de dedos perdidos, con un pie perdido, pero dispuesto en la fila de combate, con la satisfacción de decir: “en todas las batallas estuve”. Cuántos van a tener la satisfacción cuando Cristo lo llame a su presencia y le pregunte: ¿El ayuno y la oración? Y podrá decirle: ¡Estuve!; en la colaboración, en la ofrenda; ¡Estuve!; en la evangelización, en la visitación, en la santidad, en el testimonio, ¿podrá usted decir con toda su gallardía: estuve Señor con tu ayuda?
Cuando ya todos habían pasado para allá y habían quedado unos poquitos y entre esa gente habían algunos que decían: Yo no tengo heredad, ni viña, ni nada, ya no puedo sacarle el cuerpo a este, no tengo novia nada, ya me tocó estar acá, qué más; Pero de pronto volverán los oficiales a hablar al pueblo, esa gente tenían que volver a retar al pueblo, no era por la casa, no era por la viña, ni era por la novia, ahora la pregunta es: “¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo” (Deuteronomio 20:8).
Ustedes, no tienen novia, no tienen casa, no tienen finca, no tienen heredad, no tienen nada. Entonces con ustedes voy a contar y mirándoles la cara, les decía: En muchos de ustedes delante de muchos testigos se nota el miedo y la cobardía, ustedes están aquí porque los reclutaron, pero está en su corazón tener un pretexto para salir de aquí en esta hora, así que ¿quién de aquí es hombre medroso, acobardado, mediocre, flojo, cobarde, asustado?, ¿cuál de ustedes les da miedo pelear, le da miedo combatir? Y ahí entonces empezaron a levantar las manos. Medrosos, cobardes, pusilánimes le llama la Escritura, que están en los bancos de una iglesia porque les da miedo que un juicio de Dios les caiga, pero no están dispuestos a empuñar la espada y a enfrentar al enemigo con todo, ¿cuál de ustedes es medroso y pusilánime?, le preguntaba y más de uno le dijo: La verdad es que yo no quisiera ir. ¿Saben ustedes que el miedo es contagioso, que la cobardía es contagiosa?, ¿saben ustedes que la mediocridad es contagiosa?
Hicimos un culto en Bogotá en el año 2,000, nos prestaron un templo, y estaba el Rev. Álvaro Garavito predicando. Una señora me dijo: ¿ustedes aguantan esa forma de predicar? Y le dije: Sí señora, esa gente que está ahí son sólo los pastores, y así se les predica a los pastores en esta obra, nosotros no podemos reunir a los líderes para hablarles cosas bonitas. Un pastor dijo ¿por qué no nos enseñan a armar una enseñanza homilética? Eso, está en los libros, en la librería, cómprelo allá, nosotros no podemos reunir a los hermanos para tomar agüita con azúcar y llenarlos de lombrices espirituales; dice la Biblia que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez” (Hebreos 5:14). ¿Sabe que hay gente que cree que es imposible vivir y enfrentar una batalla de verdad decisiva y que de todas maneras da miedo, y que no creen que se puede?, pero si hay un pueblo que está dispuesto, los medrosos y pusilánimes transmite el negativismo, imagínese a Gedeón cuando le dijo al pueblo: ¡El que le dé miedo madrugue!
La Biblia habla de gente valiente, como el caso de Esther, ella retó a las circunstancias y personas, diciendo: ¡Voy a entrar a ver al rey aunque sea violando la norma, y si perezco que perezca! Así habla el valiente: yo voy a la batalla pase lo que pase, yo voy a empuñar la espada pase lo que pase, sabe que el oficial les decía: Porque si usted se queda con el corazón asustado y apocado, trasmite eso… “Y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”. Un pastor que le dé miedo enseñar la Palabra y retar al pueblo a vivir para Dios porque piensa en el bocadito de comida, es una persona medrosa, pusilánime y cobarde, que todo lo que le interesa es el dinero nada más, pero en esta obra no puede vender su mensaje por el diezmo y la ofrenda. Rete al pueblo a vivir para Dios, y el Dios que lo llamó se encargará de abrir la ventana de los cielos y de derramar bendiciones en su ministerio y congregación. Esta es una obra de gente valiente, de gente determinada.
Un presbítero me dijo: Pastor, me vinieron a buscar. Y él estaba abriendo una obra en el pueblo de Julia y estando en ese lugar, en la carretera precisamente, cuando de pronto se le detiene una moto al lado y alguien le tendió una pistola y le dijo: ¡Súbase a esa moto! Y él le contestó: Pero ¿qué pasa? Y el hombre le insistió: Súbase a esa moto, súbase porque me mandaron a buscarlo. Y él presbítero dijo: ¡Si me van a matar pues hágalo ya, porque yo estoy dispuesto! Y le respondió el hombre: ¡No! ¡Es que yo lo necesito! Entonces el pastor respondió: ¡Guarde esa pistola y vamos!
¿Sabe qué había pasado? Se había endemoniado un tipo, y lo habían sujetado y tenía una fuerza descomunal y hablaba en otro tono de voz, los que lo conocían decían: Por qué tanta fuerza, y un descarriado contestó: ¡Es que está endemoniado! Entonces alguien gritó: ¡Traigan un cura y que le echen agua bendita! Y el descarriado dijo: ¡No, no, eso es peor, hay que traer un hombre que tenga el poder de Dios!
El mundo exterior valora y admira al valiente que está decidido, el descarriado había dicho: Yo he visto allá en ese mercado todos los sábados y domingos en la tarde a un joven que se detiene con megáfono en mano y habla con autoridad, ese tipo tiene a Jesucristo por dentro, vayan y tráiganlo. Y se fue al pueblo y allá lo encontró y lo trajo, y lo más terrible era el espíritu de adivinación que tenía esta persona estaba describiendo todo lo que acontecía, el demonio decía: ¡Ya viene, se ha encontrado con el siervo del enemigo Jesús!
Decía el endemoniado: ¡Me va tocar irme!, porque vienen, vienen por tal parte, vienen por tal camino. Iba describiendo por dónde iba viniendo la moto con el hombre de Dios, y este hombre comenzó a convulsionar. El presbítero me dice: Cuando esa moto frenó alrededor de esa gente, cuando bajé de ahí y toqué tierra, sentí una unción, sentía un fuego, una libertad, un poder que me invadió, luego pasé por en medio de esa gente, y me incliné y le di un grito en la oreja y le digo: ¡Demonio: fuera! Y eso fue instantáneo, quedó medio muerto, quedó libre, se hizo la oración de fe, se predicó a esa gente, y esa gente cayó de rodillas llorando. ¡Esa es la gente, ese es el pueblo que Dios quiere en este momento y para esta hora!
En una ciudad hace un tiempo atrás habían más de 15 personas endemoniadas (la mayoría muchachos de la iglesia), gente revolcándose en el piso, porque hay jóvenes metidos en las iglesias pero acobardados, materialistas, carnales, es por eso que en el momento de la batalla no tienen armas con que enfrentar al enemigo y él los apabulla. Una gran cantidad de jóvenes se está involucrando en problemas morales, en la carne, en la concupiscencia, víctimas del erotismo, de la pornografía y de cuanta basura hay, sin poder, sin unción, sin autoridad, gente pusilánime y medrosa dentro de la iglesia.
Escúchenme ahora pueblo de Dios, ha llegado el momento de una batalla decisiva, el gigante se llama: apostasía, mundanalidad, mediocridad, mundo, el gigante es la tropa que llega en contra, se llama mediocridad, esa gente que en un tiempo fueron valientes y se acobardaron, se convirtieron miedosos, y flojos, y ahora transmiten el negativismo. Gente que estuvo entre nosotros peleando la batalla, se acobardaron en un momento dado, ahora cambiaron el mensaje, ahora cambiaron la doctrina, ahora se volvieron medrosos y cobardes; en el nombre del Señor en esta noche usted debe recuperar el valor que Dios quiere que tengamos, esta es la última etapa de la iglesia y Dios quiere un pueblo determinado a pelear, Dios quiere líderes determinados a pelear la batalla, a empuñar la espada. La Biblia habla de uno que se le quedó pegada la espada en la mano, fue tan intensa la batalla, que este hombre cuando quiso soltar la espada le fue imposible; hermanos la buena batalla de la fe hay que pelearla, y yo le digo iglesia, cada día arrecia la batalla, pero Dios quiere contar contigo.
Y volviendo a Deuteronomio capítulo 20, nos dice que con este grupo de valientes, de decididos, que no se acobardaron, que no se fueron, que determinaron pelear la buena batalla; con ellos el Señor les concedió la victoria. No hay que huir, tenemos el respaldo de Dios, mantengámonos peleando la buena batalla.
Como le dijo Moisés un día retando al pueblo de Israel: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví” (Éxodo 32:26). Y cuando él retó al pueblo, los de Leví dijeron: ¡Cuenta conmigo! Y pasaron al lado de Moisés, y en esta oportunidad quiero preguntar: ¿Dónde están los valientes, aquí en esta iglesia? ¿Dónde están los que quieren pelear la batalla? ¿Dónde están los que quieren la victoria en Cristo? ¿Dónde está ese pueblo determinado a no bajar la guardia, ni acobardarse por los concilios fuertes y poderosos? ¿Dónde está ese pueblo que dice Señor cuenta conmigo?, este es el tiempo de la batalla, es la hora decisiva, es el tiempo final.
Es curioso que el apóstol Pablo le llame “la buena batalla” (2 Timoteo 4:7), porque hay algunas batallas que no son buenas, pero ésta, la cristiana lo es. La exhortación es para Timoteo que estaba bajando la guardia y estaba propenso a sucumbir, a perderla, el cansancio y la fatiga habían producido en Timoteo cierto descenso y aquí se le exhorta a que pelee la buena batalla. En la primera carta a Timoteo parece que la batalla de él era fuerte, era titánica pero se mantenía; en la segunda carta a Timoteo contiene muchas palabras de motivación e incentivo para seguir peleando sin desmayar.
Pero hemos retrocedido hasta el libro de Deuteronomio, porque aquí están las leyes sobre las guerras, es curioso que el Dios del cielo reglamente la guerra, será por hecho que el pueblo de Israel iba a tener guerras, conflictos, y entonces entre otras cosas el Señor les dice cómo hacer la guerra, motivándoles a atender la voz de Él. Los estudiosos de la historia humana dicen que en los 6 mil años de historia que han transcurrido sobre la tierra, sumados todos los tiempos de paz, no llega a los doscientos años de paz, en los 6 mil años, o sea en 5 mil ochocientos; siempre ha habido guerras, bien sean regionales, étnicas, internacionales, sea como sea, pero siempre habrá conflictos en cualquier parte de la tierra, no ha transcurrido época relativamente larga donde todo el planeta esté en paz, sea política, religiosa, ideológica, regional, étnica, siempre habrá guerras.
Saben ustedes que por esa ausencia de paz los hombres se vieron abocados a reglamentar las guerras, en vista de poderlas acabar, les tocó juntarse un grupo de estudiosos y reglamentaron las guerras. Terminada la segunda guerra mundial se produjo el famoso protocolo de Ginebra, es precisamente para reglamentar la guerra, como no podían dejar de hacerla, entre ellos establecieron que: Todo combatiente de cualquier bando que fuere herido, el bando que lo encuentre distintamente del que fuere debe prestarle auxilio. Si en una guerra cualquiera sea, hay un vehículo con una cruz roja, pues a esa gente debe respetar y a ese carro también, o si es la media luna roja por allá en el Oriente Medio, ese protocolo contempla reglamentos para la guerra.
Dios le dice al pueblo de Israel, que van a tener guerra, y ustedes saben que Dios a usted y a mí nos dijo que vamos a tener guerras, el Señor Jesucristo dijo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero si ya lo encendí”. Y los cristianos verdaderos sabemos que la vida cristiana es una guerra espiritual. El libro de Gálatas presenta la vida cristiana, no como una religioncita para andar despacito, ¡no hermano!, la vida cristiana no es así, y la vida pastoral es una vida de guerra, el pastor que crea que este es un asunto bonito, que crea que es para disfrutar de un estatus y de cierta economía se equivoca, así será en una religión pero el auténtico ministerio es una continua guerra, guerra desde adentro y guerra desde afuera, guerra entre la luz y las tinieblas, entre Dios y el diablo, entre el cielo y el infierno; es que siempre ese antagonismo se ha dado.
Los jóvenes, los que están iniciando la vida cristiana ¿no les toca vivir todos los días con tentaciones y presiones internas? Los que están en la universidad o en el colegio terminando ya el bachillerato, en ese tiempo tienen que vérselas con el mismo demonio o con muchachitas insinuantes y fáciles; y las jovencitas con muchas presiones porque no se maquillan, porque no visten minifaldas, porque para ciertas personas son anticuadas; todo esto es una guerra. El padre de familia, que es una persona responsable en el hogar ¿no tiene que vérselas con mujeres de la calle, con compañeras de trabajo?, es una guerra continua. La madre de familia, que quiere ser fiel y tiene principios éticos y morales; que es presionada por la comadre, por la vecina; esa es la guerra a la que Dios nos ha llamado a combatir. No hay forma de eludirla, no hay opción de descansar en ella hasta el día en que se transponga a la eternidad y Dios nos llame a su presencia, mientras ese día llega la guerra bíblica está reglamentada.
La epístola a los Romanos dice que “el ocuparse de la carne es muerte… los designios de la carne son enemistad contra Dios… y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:6-8), los que viven en la carne perderán la guerra, que sólo serán victoriosos los que viven en el espíritu; también el apóstol Pablo dice que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). Dios nos ha garantizado con su ayuda la victoria.
Dios le dice a Israel: “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, si vieres caballos y carros, y un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, porque Jehová tu Dios está contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto”, Deuteronomio 20:1. Está previendo las posibles condiciones en que las guerras se iban a dar y que iba sentir Israel en un momento dado, en desventaja numérica y militar, el ver a tantos enemigos fuertemente armados, es posible que el pueblo fuera víctima del temor, del desconcierto; mas Dios se anticipa a decirle a su pueblo.
Cuando ya la guerra se va a dar, cuando las circunstancias exijan el enfrentamiento, dice la Palabra de Dios: “Y cuando os acerquéis para combatir, se pondrá en pie el sacerdote y hablará al pueblo”, Deuteronomio 20:2. El sacerdote le trasmitía aliento y ánimo al pueblo de Dios; no era el rey, ni era el general de la guerra, era el sacerdote quien les decía: “Oye Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros”, Deuteronomio 20:3-4.
En la guerra suya y mía está garantizada la victoria no por nuestra capacidad, no por habilidades ministeriales. Cuando los obreros crecen, algunos creen que los logros fueron por sus habilidades, incluso creen que ya no les hace falta esta Palabra, que por tantos años de ministerio ya saben mucho, hasta dicen o piensan: ¿Qué va a decir el predicador que yo ya no lo sepa? Entonces la persona entra en un receso y confía en sus conocimientos, por su confianza en sí mismo, por su estado de apatía e indiferencia, de supuesta madurez, este cree que no necesita de Dios, por eso se afloja en la oración, por eso afloja en el ayuno, por eso la confraternidad le es indiferente, ¿por qué? Porque él cree que ya tiene suficiente bagaje, esa persona perderá la batalla, ya la está perdiendo. ¡Uno necesita todos los días la ayuda del Dios del cielo!
Cuando el sacerdote terminaba de hablar les daba el lugar a los oficiales, estos militares pasaban revista a todas las tropas y les decían: “¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la estrene” (Deuteronomio 20:5). Tal vez se miraban unos a otros y el general les dice: ¡Manténganme las manos arriba, haya hay un lugar vacío para los que les da dolor dejar la casita, así que el que no sienta la intención de pelear, el que no esté seguro de que Dios lo llamó, por favor dé un paso al costado, tiene toda la libertad de hacerlo porque esta guerra no es un juego de niños, en esta guerra Dios va y peleará con vosotros, pero es probable de que no regresen y caigan muertos en esa batalla…! Entonces parte del pueblo se retiró, pero otros se quedaron con las manos levantadas; El general les dice a los que se quedaron ¿ustedes, no van a pasar? Ellos responden: ¡No! Yo tengo una casa… si ese rancho se queda, si ese departamento se queda; no importa que otro la estrene, pero ¡cuenten conmigo!
Y el pueblo todavía no había ido a la guerra y le hace la segunda pregunta: “¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la disfrute” (Deuteronomio 20:6). Algunos de los que no tienen casa pero tiene una viña, una pequeña granja, y está a punto de dar cosecha y lo reclutaron justo para cuando iba a dar la cosecha, eso es lo que le preguntaba el general al pueblo: Levanten las manos quienes tienen una viña o quienes tienen una heredad, es muy probable que otro disfrute de eso, esta guerra va hacer tan terrible que muchos podemos quedar muertos, así el que ame más a la parcelita sepa que tiene la oportunidad de devolverse. Vayan pasando a un lado… E iban pasando y el grupo iba creciendo, porque muchos que están dentro de las filas aparentan ser guerreros pero no lo son.
En el libro de los Jueces capítulo 7 usted ha leído de Gedeón cuando reclutó treinta y dos mil (32,000) hombres, y Gedeón pensaba que toda esa gente estaba dispuesta para ir a la guerra, pero el Dios quien conoce el corazón de muchos, le dijo: “Ahora, pues, haz pregonar en oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase desde el monte de Galaad. Y se devolvieron de los del pueblo veintidós mil, y quedaron diez mil” (Jueces 7:3). Por la mañana se levantó Gedeón, hizo formar las tropas y le quedó diez mil (10,000) hombres, él tenía treinta y dos mil (32,000); se les fueron veintidós mil (22,000) cobardes, mediocres, pusilánimes; eso les pasa a muchos reclutas que se les lleva a las malas a combatir, no quisieran, no les gusta, lo que pasa es que van porque no tienen nada que hacer.
Dios quiere en su ejército gente decidida y determinada, hubieron muchos hombres de Dios decididos como Policarpo, cuando le dijeron que negara su fe, él dijo: “86 años le he servido a Dios y sólo me ha hecho bien, ¿cómo puedo negar a mi Dios, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme?” Estas palabras enfurecieron más a su transgresor. Estamos viviendo una época de cobardía, donde más de uno se apoca, y donde Dios está pasando revista a su pueblo para ver con quiénes va a la batalla. Esta gente se regresó, Gedeón dijo: ¡Me quedan 10.000, bueno los otros eran 120.000! Entonces, él contento con sus 10.000 pero de pronto el Señor le dice: “Aún es mucho el pueblo… Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré…” (Jueces 7:4-7). ¡Para Dios no es difícil salvar con muchos o con pocos!
Y esta obra la ha ubicado Dios en el concierto de concilios, no como una más sino como una dentro de la obra de Dios, el Movimiento Misionero Mundial es una obra donde para estar dentro de ella se requiere valentía y carácter, no solamente como pastor o líder sino como miembro, desde la banca, aquí uno se ciñe y empuña la espada o se acobarda y se vuelve como tantos que se han regresado. Por eso es importante que el pastor y el líder instruyan doctrinalmente al pueblo. Usted no ha visto a tantos muchachos que los amonestamos, porque andan con los pantalones aquí abajo mostrando la ropa interior, con una cresta así que parecen piel roja, ellos piensan que de esa manera se sirve a Dios; ¡un momento joven! ¿Para dónde cree que va? Pues si es así, hay otra iglesia donde le reciben con todo y cresta, pero nosotros queremos servir a Dios como la Biblia manda, y desde un principio somos llamados para ser soldados de Cristo, la Biblia llama a Dios: “Jehová de los ejércitos”.
Lo material ha privado a muchos de ser soldados de verdad. Hay pastores que lo único que les importa es lo que la iglesia produce, pero no la iglesia como tal, ¿saben que hay lideres que se acobardan en dar la doctrina por temor a que se le desaparezca un diezmo o una ofrenda que alguien trae?, ¿sabe que hay pastores que por tener cierto estatus económico, social o político, aliviana el mensaje?, dice para no ofenderlo, eso es triste, lo que le importa es la economía, así la gente se le pierda. El verdadero hombre de Dios debe retar al pueblo en el nombre de Jesús, si cree que no es capaz de esto, si cree que esto le queda grande, ahórrenos tiempo. Ese interés por lo material lo detiene, le preocupa la casa, la viña.
Así como aquí hay algunos que están esperando si se aliviana el líder, según ellos estos líderes son muy duros, son muy drásticos, que son viejitos prostáticos (como dijo un irreverente muchacho), anticuados, etc., cuando esto afloje es ahí donde vamos a ocupar. En la batalla no puede ninguno acobardarse, ni bajar de los niveles, así que ahí quedaba toda esa gente que no tenía nada, pero de pronto ese oficial de ejército, le hacia esta pregunta: “¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la tome” (Jueces 7:7).
Imagínese usted un ejército que de pronto se componen de gente joven, es muy probable que en una tropa como la nuestra en este país o en cualquier otro, que reclutan aquí desde los 17 hasta los 28 ó 30 años, en esa edad es donde hay más compromisos sentimentales, el que no ha conseguido novia en esa edad es posible que no la consiga de ahí para arriba, y la joven que no se haya sido comprometida sentimentalmente, es probable que de ahí para abajo sea más difícil, así que es probable que dentro de esa tropa el 90% de los soldados tenían novia o estaban comprometidos para casarse, ellos no esperaban esa pregunta del oficial, cuando ya lo material pasó, él fue a lo sentimental, a lo profundo de los ánimos. ¿Qué va hacer?, ¿o es que va a ir a la guerra, va a empuñar la espada, y va a estar peleando pensando en la noviecita y mandándole mensajitos de texto? Más de un recluta en las orillas de la carretera, distraídos, que le pueden caer encima y acabarlo ahí, por descuidado y por pusilánime, la mayoría de los soldados viven distraídos con el celular, conversando con las muchachas, con los amigos.
Así es que comenzaron a desfilar y a pasar para el otro lado y pasaron una gran cantidad de hombres. Siempre la gente tiene un pretexto o excusa para eludir sus responsabilidades. En Lucas 14:16-24 Jesús dijo: “Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”.
El Señor al final de esta historia, se propone una iglesia santa y pura y nosotros los pastores tenemos la obligación de retar al pueblo y de decirle la verdad tal como está escrita, para qué engañar al pueblo si tiene otros intereses, para qué tener a la gente en los bancos si lo que lo motiva es lo material, para qué invitamos al pueblo y le decimos que siembre, detrás de tremendas económicas; no se puede tener una iglesia en esa condición, hay que decirle que es el Señor del cielo quien lo llama, ¿está usted dispuesto a verse con el enemigo todos los días, dispuesto a batallar contra el pecado, la maldad, la injusticia?, ¿está usted dispuesto a renunciar a la impiedad de los deseos mundanos?, ¿está usted dispuesto a renunciar al adulterio, la fornicación, inmundicia, idolatría, pleitos, celos, injusticias, etc.?
Cuando uno le dice a la hermanita: ¡Ese muchacho no te conviene porque es un mundano! Prefieren irse de la iglesia antes que someterse al Dios del cielo, a cuántos jóvenes le hemos dicho: ¡Esa muchacha no te conviene porque es una mundana! Y muchos se han ido de la iglesia, han dejado la santidad, por irse detrás de una mundana minifaldera, para después de pasar y pedir oración y lagrimear aquí, ¿por qué? Porque se acobardan, lo mueve la carne, la carne los maneja, no es el Espíritu. Cuántos se salen de un culto a responder una llamada de celular, ¡y ay que no le conteste! ¡Cobarde, cobarde!; prefiere perderse la bendición de la Palabra y del culto por estar allá detrás de la carne, perderse el gozo que produce la buena batalla, porque yo quiero decirle que el que ha peleado la buena batalla sabe en su corazón el sabor del triunfo.
Me hace recordar de un general que tuvo Napoleón en sus tropas, este había perdido en la batalla partes de su cuerpo, y dice que Napoleón iba en su caballo pasando revista a sus tropas, de pronto se detuvo ante ese hombre que había perdido parte de su cuerpo: un miembro inferior de la rodilla hacia abajo, y tenía ahí un pedazo de madera; había perdido un ojo; una oreja; tenía cicatrices por todas partes; y se queda mirando a ese hombre. El hombre con un ojo se quedó mirándole y se puso firme, Napoleón lo señaló con la espada, y el hombre le dijo: En Waterloo una terrible batalla que hubo; y el hombre sonó el muñón y le dijo: Estuve, en la ocupación de Normandía, estuve… en todas las batallas que él preguntó, el hombre sonaba ese pedazo de palo contra el piso y le dijo: Estuve ahí… Tenía las marcas en su cuerpo, estaban las evidencias de todas las batallas que había librado, dice que Napoleón se bajo del caballo, lo condecoró y lo puso como ejemplo, ahí estaba ese hombre tuerto, un par de dedos perdidos, con un pie perdido, pero dispuesto en la fila de combate, con la satisfacción de decir: “en todas las batallas estuve”. Cuántos van a tener la satisfacción cuando Cristo lo llame a su presencia y le pregunte: ¿El ayuno y la oración? Y podrá decirle: ¡Estuve!; en la colaboración, en la ofrenda; ¡Estuve!; en la evangelización, en la visitación, en la santidad, en el testimonio, ¿podrá usted decir con toda su gallardía: estuve Señor con tu ayuda?
Cuando ya todos habían pasado para allá y habían quedado unos poquitos y entre esa gente habían algunos que decían: Yo no tengo heredad, ni viña, ni nada, ya no puedo sacarle el cuerpo a este, no tengo novia nada, ya me tocó estar acá, qué más; Pero de pronto volverán los oficiales a hablar al pueblo, esa gente tenían que volver a retar al pueblo, no era por la casa, no era por la viña, ni era por la novia, ahora la pregunta es: “¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo” (Deuteronomio 20:8).
Ustedes, no tienen novia, no tienen casa, no tienen finca, no tienen heredad, no tienen nada. Entonces con ustedes voy a contar y mirándoles la cara, les decía: En muchos de ustedes delante de muchos testigos se nota el miedo y la cobardía, ustedes están aquí porque los reclutaron, pero está en su corazón tener un pretexto para salir de aquí en esta hora, así que ¿quién de aquí es hombre medroso, acobardado, mediocre, flojo, cobarde, asustado?, ¿cuál de ustedes les da miedo pelear, le da miedo combatir? Y ahí entonces empezaron a levantar las manos. Medrosos, cobardes, pusilánimes le llama la Escritura, que están en los bancos de una iglesia porque les da miedo que un juicio de Dios les caiga, pero no están dispuestos a empuñar la espada y a enfrentar al enemigo con todo, ¿cuál de ustedes es medroso y pusilánime?, le preguntaba y más de uno le dijo: La verdad es que yo no quisiera ir. ¿Saben ustedes que el miedo es contagioso, que la cobardía es contagiosa?, ¿saben ustedes que la mediocridad es contagiosa?
Hicimos un culto en Bogotá en el año 2,000, nos prestaron un templo, y estaba el Rev. Álvaro Garavito predicando. Una señora me dijo: ¿ustedes aguantan esa forma de predicar? Y le dije: Sí señora, esa gente que está ahí son sólo los pastores, y así se les predica a los pastores en esta obra, nosotros no podemos reunir a los líderes para hablarles cosas bonitas. Un pastor dijo ¿por qué no nos enseñan a armar una enseñanza homilética? Eso, está en los libros, en la librería, cómprelo allá, nosotros no podemos reunir a los hermanos para tomar agüita con azúcar y llenarlos de lombrices espirituales; dice la Biblia que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez” (Hebreos 5:14). ¿Sabe que hay gente que cree que es imposible vivir y enfrentar una batalla de verdad decisiva y que de todas maneras da miedo, y que no creen que se puede?, pero si hay un pueblo que está dispuesto, los medrosos y pusilánimes transmite el negativismo, imagínese a Gedeón cuando le dijo al pueblo: ¡El que le dé miedo madrugue!
La Biblia habla de gente valiente, como el caso de Esther, ella retó a las circunstancias y personas, diciendo: ¡Voy a entrar a ver al rey aunque sea violando la norma, y si perezco que perezca! Así habla el valiente: yo voy a la batalla pase lo que pase, yo voy a empuñar la espada pase lo que pase, sabe que el oficial les decía: Porque si usted se queda con el corazón asustado y apocado, trasmite eso… “Y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”. Un pastor que le dé miedo enseñar la Palabra y retar al pueblo a vivir para Dios porque piensa en el bocadito de comida, es una persona medrosa, pusilánime y cobarde, que todo lo que le interesa es el dinero nada más, pero en esta obra no puede vender su mensaje por el diezmo y la ofrenda. Rete al pueblo a vivir para Dios, y el Dios que lo llamó se encargará de abrir la ventana de los cielos y de derramar bendiciones en su ministerio y congregación. Esta es una obra de gente valiente, de gente determinada.
Un presbítero me dijo: Pastor, me vinieron a buscar. Y él estaba abriendo una obra en el pueblo de Julia y estando en ese lugar, en la carretera precisamente, cuando de pronto se le detiene una moto al lado y alguien le tendió una pistola y le dijo: ¡Súbase a esa moto! Y él le contestó: Pero ¿qué pasa? Y el hombre le insistió: Súbase a esa moto, súbase porque me mandaron a buscarlo. Y él presbítero dijo: ¡Si me van a matar pues hágalo ya, porque yo estoy dispuesto! Y le respondió el hombre: ¡No! ¡Es que yo lo necesito! Entonces el pastor respondió: ¡Guarde esa pistola y vamos!
¿Sabe qué había pasado? Se había endemoniado un tipo, y lo habían sujetado y tenía una fuerza descomunal y hablaba en otro tono de voz, los que lo conocían decían: Por qué tanta fuerza, y un descarriado contestó: ¡Es que está endemoniado! Entonces alguien gritó: ¡Traigan un cura y que le echen agua bendita! Y el descarriado dijo: ¡No, no, eso es peor, hay que traer un hombre que tenga el poder de Dios!
El mundo exterior valora y admira al valiente que está decidido, el descarriado había dicho: Yo he visto allá en ese mercado todos los sábados y domingos en la tarde a un joven que se detiene con megáfono en mano y habla con autoridad, ese tipo tiene a Jesucristo por dentro, vayan y tráiganlo. Y se fue al pueblo y allá lo encontró y lo trajo, y lo más terrible era el espíritu de adivinación que tenía esta persona estaba describiendo todo lo que acontecía, el demonio decía: ¡Ya viene, se ha encontrado con el siervo del enemigo Jesús!
Decía el endemoniado: ¡Me va tocar irme!, porque vienen, vienen por tal parte, vienen por tal camino. Iba describiendo por dónde iba viniendo la moto con el hombre de Dios, y este hombre comenzó a convulsionar. El presbítero me dice: Cuando esa moto frenó alrededor de esa gente, cuando bajé de ahí y toqué tierra, sentí una unción, sentía un fuego, una libertad, un poder que me invadió, luego pasé por en medio de esa gente, y me incliné y le di un grito en la oreja y le digo: ¡Demonio: fuera! Y eso fue instantáneo, quedó medio muerto, quedó libre, se hizo la oración de fe, se predicó a esa gente, y esa gente cayó de rodillas llorando. ¡Esa es la gente, ese es el pueblo que Dios quiere en este momento y para esta hora!
En una ciudad hace un tiempo atrás habían más de 15 personas endemoniadas (la mayoría muchachos de la iglesia), gente revolcándose en el piso, porque hay jóvenes metidos en las iglesias pero acobardados, materialistas, carnales, es por eso que en el momento de la batalla no tienen armas con que enfrentar al enemigo y él los apabulla. Una gran cantidad de jóvenes se está involucrando en problemas morales, en la carne, en la concupiscencia, víctimas del erotismo, de la pornografía y de cuanta basura hay, sin poder, sin unción, sin autoridad, gente pusilánime y medrosa dentro de la iglesia.
Escúchenme ahora pueblo de Dios, ha llegado el momento de una batalla decisiva, el gigante se llama: apostasía, mundanalidad, mediocridad, mundo, el gigante es la tropa que llega en contra, se llama mediocridad, esa gente que en un tiempo fueron valientes y se acobardaron, se convirtieron miedosos, y flojos, y ahora transmiten el negativismo. Gente que estuvo entre nosotros peleando la batalla, se acobardaron en un momento dado, ahora cambiaron el mensaje, ahora cambiaron la doctrina, ahora se volvieron medrosos y cobardes; en el nombre del Señor en esta noche usted debe recuperar el valor que Dios quiere que tengamos, esta es la última etapa de la iglesia y Dios quiere un pueblo determinado a pelear, Dios quiere líderes determinados a pelear la batalla, a empuñar la espada. La Biblia habla de uno que se le quedó pegada la espada en la mano, fue tan intensa la batalla, que este hombre cuando quiso soltar la espada le fue imposible; hermanos la buena batalla de la fe hay que pelearla, y yo le digo iglesia, cada día arrecia la batalla, pero Dios quiere contar contigo.
Y volviendo a Deuteronomio capítulo 20, nos dice que con este grupo de valientes, de decididos, que no se acobardaron, que no se fueron, que determinaron pelear la buena batalla; con ellos el Señor les concedió la victoria. No hay que huir, tenemos el respaldo de Dios, mantengámonos peleando la buena batalla.
Como le dijo Moisés un día retando al pueblo de Israel: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví” (Éxodo 32:26). Y cuando él retó al pueblo, los de Leví dijeron: ¡Cuenta conmigo! Y pasaron al lado de Moisés, y en esta oportunidad quiero preguntar: ¿Dónde están los valientes, aquí en esta iglesia? ¿Dónde están los que quieren pelear la batalla? ¿Dónde están los que quieren la victoria en Cristo? ¿Dónde está ese pueblo determinado a no bajar la guardia, ni acobardarse por los concilios fuertes y poderosos? ¿Dónde está ese pueblo que dice Señor cuenta conmigo?, este es el tiempo de la batalla, es la hora decisiva, es el tiempo final.
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