Rev. Jorge Álvarez
“Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel. Después Josué envió hombres desde Jericó a Hai, que estaba junto a Bet-avén hacia el oriente de Bet-el; y les habló diciendo: Subid y reconoced la tierra. Y ellos subieron y reconocieron a Hai.
Y volviendo a Josué, le dijeron: No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos. Y subieron allá del pueblo como tres mil hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua”, Josué 7:1-5.
Siempre que Dios nos permita alcanzar el éxito, cuidémonos de no caer en las peligrosas redes del fracaso. El momento más vulnerable del creyente es cuando este está en el disfrute máximo del éxito, o la bendición.
Luego de que Jehová le dijo a Josué que le había entregado a Jericó en sus manos, el pueblo de Israel vio caer los muros de aquella gran ciudad; y después de haber alcanzado el éxito ahora frente a otros de sus adversarios, los habitantes de Hai, vino el fracaso para el pueblo de Israel. ¿Qué ocasionó que luego del éxito, se produjera este fracaso? Es que el éxito también acarrea grandes peligros de los cuales nos tenemos que cuidar.
El secreto del éxito
La caída de Jericó fue seguida por la caída temporal de Israel. Dios le dio instrucciones claras y específicas a Josué de cómo sería conquistada aquella ciudad. Jericó era una ciudad que tenía sus puertas bien aseguradas por temor a los israelitas, nadie podía salir o entrar.
Sus muros impenetrables hacían más difícil su conquista. El Señor le dio un plan estratégico a Josué, humanamente era imposible y fuera de lo común. Lo único que tendría que hacer el pueblo, era marchar alrededor de la ciudad una vez por seis días. Siete sacerdotes llevarían trompetas hechas de cuernos de carneros, y marcharían frente al arca. El séptimo día marcharían siete veces, mientras los sacerdotes tocarían las trompetas y cuando todos escucharan el toque de guerra, el pueblo gritaría a voz en cuello, entonces los muros de la ciudad se derrumbarían y entrarían sin impedimento. “Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía. Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días. Y siete sacerdotes llevarán siete bocinas de cuernos de carnero delante del arca; y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas. Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante” (Josué 6:1-5).
Dios le dijo al pueblo a través de Josué que todo lo que encontraran en esa ciudad era anatema y que sería destruido al exterminio. Los únicos habitantes que se habrían de salvar de aquella ciudad eran Rahab, una mujer ramera que les prestó ayuda a los espías del pueblo, y su familia. “Mas Josué salvó la vida de Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas… por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó” (Josué 6:25).
Josué obedeció las instrucciones y el pueblo de Israel conquistó a Jericó. Luego que cayeron los muros, la ciudad de Jericó fue conquistada, Acán confiado en la victoria que Dios le había dado a Israel, tomó del anatema, incurriendo en un grave y fatal peligro para él y para Israel. En medio del regocijo por el éxito alcanzado, surge que tenían que ir a conquistar otra ciudad. El pueblo entrevió la victoria anticipadamente, ya que se enfrentarían a pocos hombres y era una ciudad muy fácil de conquistar. Sin embargo, comienza el relato bíblico diciéndonos en el capítulo 7:1 de Josué, que los israelitas desobedecieron al Señor conservando lo que Él había decidido que fuera destinado a la destrucción, pues un hombre del pueblo provocó la ira de Dios. Este hombre se llamaba Acán que significa perturbador, hijo de Carmi, de la tribu de Judá. Aquí observamos los peligros del éxito: La desobediencia, la codicia y el fracaso.
1. El primer peligro es la Desobediencia (Acán tomó del anatema)
Notemos que uno sólo es el culpable, pero se le imputa la ofensa o prevaricación a toda la congregación. Esto ocurre cuando se desobedecen los mandatos y la voluntad de Dios. Es entonces que “Él” ha prescrito, vergüenza y desgracia al pueblo. Ante un pueblo como Hai, tan pequeño y sin muchas posibilidades, Israel perdió treinta y seis hombres, en una vergonzosa derrota. Hubo terror en todo el campamento y lo único que puede hacer el ejército israelita fue huir ante el enemigo. El Señor fue claro en sus instrucciones, en Josué 6:18, leemos: “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis”. Acán pecó a sabiendas, no en ignorancia. El hecho de ocultar lo tomado hablaba de su mala intención y acción. Así encontramos que muchas personas prefieren el mundo y lo que en él hay, ocultándose con una apariencia de santidad, engañando a los hombres, pero no a Dios.
La actitud hipócrita de Acán es reflejada en muchos hombres de hoy, y tristemente aun entre cristianos y obreros de Dios. Esconden pecados creyendo engañar a Dios, pero Dios no puede ser burlado.
Surge que a través de aquella victoria de conquista, nacieron en Acán unos sentimientos de los cuales debemos de cuidarnos porque son muy peligrosos después de haber alcanzado el éxito. El orgullo y confianza en sí mismo. Lucifer, el ángel resplandeciente, se enorgulleció por el resplandor, por el brillo que no emanaba de él, el cual pensó que lo irradiaba.
2. El segundo peligro es la Codicia
“Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello”, Josué 7:21.
En medio de la victoria por el despojo obtenido en Jericó y el éxito que celebraban, el pecado entró con una mirada. Debemos cuidar donde ponemos nuestra mirada. La Biblia nos exhorta a que pongamos nuestra mirada “en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2). El pecado comienza con una mirada. Eva vio el fruto y fue tentada, aunque Dios había dicho “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Génesis 2:17). Ella sucumbió ante la tentación porque miró con insistencia. También tenemos otro caso; el de David, quien también miró y codició la mujer que no le pertenecía (2 Samuel 11:2). Amado, cuidémonos de no mirar y codiciar. Muchas veces escogemos por lo que miramos y no buscamos la voluntad perfecta de Dios.
El pecado de Acán no sólo fue ver el oro, sino que lo codició, es decir, amó la ganancia prohibida y el deseo hizo que su mano lo alcanzara. Es por eso que debemos cuidarnos porque el pecado se contempla, luego se desea, lo codicia, lo atrae y cuanto más lo mira más lo desea. Acán ocultó su pecado pero la Palabra de Dios nos enseña que no hay nada oculto que no salga a la luz.
En el libro de Josué 7:18, la Palabra de Dios nos dice: “Hizo acercar su casa por los varones, y fue tomado Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá”. Entre los miles que había en Israel, Acán fue descubierto.
Nada queda oculto de nuestro Dios, sale a la luz pública cada cosa escondida. Es necesario que examinemos si en nosotros hay algo que esté mal o socavando los preceptos y mandamientos de Dios. Debemos limpiarnos con corazones contritos y humillados, y sacar lo que no edifica e impide una relación efectiva con Dios, no sea que Dios lo saque a la luz pública. Acán creía que tendría más éxito, entre más escondiera los despojos de Jericó.
En ocasiones hemos visto que no son despojos ni ambiciones personales las que se esconden, sino que son situaciones o acciones realizadas por otros, los cuales ocultamos. El mejor ejemplo es la contestación dada a Dios por Caín, luego de haber asesinado a su hermano. “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9), estaba justificando su propia mala acción. Pero a veces conociendo nosotros de falta y pecados de otros, nos queremos justificar ante el Señor diciendo lo mismo que Caín. Es mejor señalar o declarar las faltas y corregirlas a tiempo, antes que el juicio de Dios caiga sobre toda la congregación.
3. Otro de los peligros es el Fracaso
“Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos”, Josué 7:25. No hay vía de escape, ¿cómo escaparemos? Observemos que existe un contraste entre la casa de Rahab la ramera y la casa de Acán: la casa de Rahab la ramera fue la salvadora – Josué 6:25, la casa de Acán fue fracasada, condenada y destruida. La casa de Rahab obró en obediencia, la casa de Acán desobedeció. Como padres, ministros y hermanos en la fe, ¿cómo actuaremos? ¿Cómo Rahab o como Acán? ¿Cuál será el final de nuestra casa? ¿Salvación y Vida o Destrucción y Muerte? Tenemos en nuestras manos la respuesta. Nosotros decidimos.
Amados hermanos que podamos caminar con pasos firmes y victoriosos. Que el éxito que el Señor nos permita alcanzar no sea motivo para que optemos por caminar con pasos dirigidos al fracaso o hacia un final deshonroso.
Aprendamos en medio del éxito y la conquista, a colocar nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos. Que no actuemos en confusión. Que aprendamos a escudriñarnos y a humillarnos delante de Dios. Que entendamos que Él todo lo examina y que nuestras actitudes pesan mucho en su presencia. El Señor aborrece el pecado, pero ama al pecador que se arrepiente. No nos quedemos con los anatemas del mundo. No permitamos que el anatema entre en nuestras casas, en nuestras iglesias y sobre todo en nuestros corazones. Que siempre tengamos en mente que el verdadero autor de nuestros éxitos, es el Dios Soberano y a Él sea la gloria y la honra por siempre. Amén.
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