Yo soy… un ser humano. Mi comienzo embrionario “Yo soy” es algo que una madre percibe al saber que en su seno va creciendo un nuevo ser, que es su hijo. Recibe esta llamada del que luego va a recibir un nombre que, posiblemente, ya ha elegido: Juan, si es chico; María, si es niña. Esta realidad es percibida por quién se reconoce madre, es decir, portadora de una nueva vida. Una vida que es un ser humano, su hijo, y que tiene también un padre. Una realidad y una vida sobre la que hoy la genética y la embriología, con sus avances en los últimos años, proporcionan datos desde su comienzo embrionario. En efecto, existe hoy evidencia científica de que la vida humana empieza en el momento de la fecundación, con la aparición del cigoto. El cigoto es el resultado de la unión de dos células germinales o gametos.
Tras atravesar el espermatozoide la membrana del óvulo, se fusionan los pronúcleos y aparece una célula humana totipotencial, que es el cigoto, primera célula embrionaria, que se desarrolla hasta producir el llamado blastocisto o embrión de pocos días. El cigoto contiene un ADN completo y una identidad genética propia, ya que en su código genético -el genoma o conjunto de genes que llevan sus cromosomas, y que le es propio- está contenida toda la información que necesita para que ese nuevo ser humano se desarrolle de forma completa, hasta que adquiere su condición de recién nacido y de ser adulto. El genoma determina su identidad, su patrimonio genético, es la base de su ser único e irrepetible, abierto al medio del que necesita para su sustento. Estos genes proceden un 50% del padre y otro 50% de la madre. Se entrecruzan y dan origen al nuevo ser con su cariotipo (juego completo de cromosomas) propio y distinto de ambos progenitores. Desde el momento en que es fecundado el óvulo, la nueva vida que se está desarrollando ya no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano con su crecimiento y desarrollo propio. El embrión crece y sus células se reproducen mediante el desarrollo biológico de una forma continua y gradual.
Aunque es dependiente de la madre, a la vez es autónomo, van apareciendo determinados elementos morfológicos que van configurando su fenotipo (figura visible). Todo el proceso está dentro de una unidad vital, marcada por el programa genético que lo identifica como ser humano. Se trata de su código genético, tan único y personal que lo hace distinto de cualquier otro ser humano. Dicho de otro modo: el embrión va cambiando morfológicamente, pero su identidad sustancial no cambia, sigue siendo el mismo ser humano, único e irrepetible. El genoma está en todas y cada una de las células del embrión. Del genoma depende el crecimiento, desarrollo y diferenciación funcional de sus células para formar tejidos, órganos y sistemas. Todo ello surge del cigoto, primera célula totipotencial, que lleva en sí misma las instrucciones para formar un ser humano completo. El cigoto es ya una vida humana, constituida al principio por una sola célula que posteriormente experimenta sucesivas divisiones, dando paso al blastocisto, la mórula, la gástrula etc
Por tanto, no se puede decir que estas organizaciones celulares constituyan un “conglomerado celular”, ya que poseen unidad de organización y de vida. Tienen una misma y única identidad. Su desarrollo corresponde al proceso de un ser vivo, perteneciente a la especie humana, avalada por el cruce de los genes de sus padres que le dan una perfecta y única identidad. Identidad que es numéricamente distinta de la identidad paterno-materna (es otro ser vivo de la misma especie). En este nuevo ser humano no se da una fase organizativa, embrionaria o fetal, que no sea humana. Además de los mecanismos genéticos, hay una serie de mecanismos bioquímicos que regulan el proceso de evolución del embrión. Sus células van perdiendo el carácter totipotencial (capacidad para generar “todo” tipo de células), pero tienen la capacidad de generar tipos celulares distintos. Este proceso no es arbitrario, sino que está genéticamente regulado; y así aparecen las células musculares, nerviosas, epiteliales, cada una de ellas con su funcionalidad propia. Esta capacidad de diferenciación en células funcionales nos indica de nuevo que ya desde sus etapas tempranas el embrión es un ser vivo de naturaleza humana. Este ya es así cuando se establece el diálogo bioquímico entre el embrión y la madre, que es un mecanismo para controlar que el embrión se dirija y se ponga en contacto con la mucosa uterina de la madre, dónde va a ocurrir la anidación. A partir de la anidación el mismo embrión obtiene de la madre su alimento, que hasta ese momento le venía del citoplasma del óvulo. A partir de la anidación o implantación, en el útero materno se va a desarrollar la placenta para el intercambio de oxigeno y nutrientes.
Estos son algunos de los argumentos biológicos para poder afirmar que el ser resultante de la unión del óvulo con el espermatozoide es un ser vivo y humano. Por ello, este ser humano que se va desarrollando tiene la misma dignidad y merece igual respeto que un ser humano adulto. Su ser humano no viene como resultado de ese desarrollo, sino que es condición previa y necesaria para ese desarrollo. Por tanto, a la vez que se da este desarrollo biológico, no podemos olvidar que nos encontramos ante un sujeto, un tú, que nos habla desde el código genético, molecular, hormonal y vital. Este ser vivo establece con su entorno el diálogo propio de la vida, emitiendo señales inequívocas de que ahí se halla la vida organizándose, con un desarrollo iniciado desde el primer momento (el cigoto), y hasta su muerte natural. Este sujeto originario es un verdadero "yo soy" que los investigadores en su observación objetiva le llamaron embrión, feto, recién nacido; pero es esa identidad única la que nos dice “yo soy embrión, yo soy feto, yo soy Juan o María”, y la que nos revelará su fenotipo definitivo de niño y de adulto, su apariencia externa.
Es importante que la ley reconozca un verdadero sujeto de derechos vitales en este inicio de la existencia, es decir, un estatuto biológico, antropológico y jurídico para este sujeto que es ya un ser humano, una persona desde su origen, y cuya identidad se mantiene en los diferentes estadios de su desarrollo, ya que este sujeto “yo soy” está en peligro por el aborto (IVE). Con ello está en juego la protección de la vida humana, de la única especie biológica dotada de autoconciencia, de pensamiento, de reflexión y capaz de comportamiento ético. Esta protección constituye el primero de los Derechos Humanos, y sin su reconocimiento nos jugamos la base que asienta todos los demás Derechos.
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