De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”. (Mateo 5:19)
Lot había ido progresivamente acercándose a Sodoma, hasta que se quedó a vivir allí.
Aunque no aprobaba la maldad del lugar en que vivía, poco a poco se fue acostumbrando a su modo de vida idólatra y mundano. Las comodidades de la impía ciudad superaban en mucho a la sacrificada vida rural que antes llevaba.
Cuando los ángeles aparecieron con su mensaje, dudó en dejar su casa y sus posesiones. Su vacilación casi le cuesta su vida y la de los suyos. Los ángeles tuvieron que llevarlos arrastrando para poder salvar la vida del patriarca y su familia.
“Y cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas. Pero Lot les dijo: No, yo os ruego, señores míos. He aquí ahora ha hallado vuestro siervo gracia en vuestros ojos, y habéis engrandecido vuestra misericordia que habéis hecho conmigo dándome la vida; mas yo no podré escapar al monte, no sea que me alcance el mal, y muera. He aquí ahora esta ciudad está cerca para huir allá, la cual es pequeña; dejadme escapar ahora allá (¿no es ella pequeña?), y salvaré mi vida”. (Génesis 19:17-20)
La seducción del pecado es tal que hasta nos cuesta abandonar un modo de vida que nos está destruyendo. Hipnotizados por sus encantos, miles resisten la invitación de Cristo a escapar por sus vidas de la malignidad del pecado.
También como en el caso de Lot, clasificamos los mandatos de Dios en grandes y pequeños.
Cuando él finalmente estuvo dispuesto a escapar de Sodoma, negoció con el Señor para ir a una ciudad más pequeña (allí los pecados ¿serían mas pequeños?).
Le parecía que aún podría obtener lo mejor de dos mundos. Alcanzar la salvación sin dejar de gozar de las comodidades y placeres a los que se había acostumbrado. Este es un triste error que muchos cometen.
Tendemos a clasificar las cosas en orden de importancia y eso está bien. Pero en cuanto a los mandatos de Dios no existen cosas grandes y pequeñas.
Por lo general, la mayoría de los cristianos no caemos en el pecado grosero y repudiable en que caen los mundanos. Pero somos atrapados con frecuencia por las cosas pequeñas, por los pecados “chiquititos” que solemos resguardar en el ámbito privado.
¡Y cuidado que alguien diga algo respecto a ellos! Enseguida lo tildamos de fanático legalista.
Los cristianos que son escrupulosos tienden a ser vistos por los demás como personas ingenuas, débiles o faltas de experiencia. Se ven estos a sí mismos como “más equilibrados” al descartar lo que consideran simples detalles sin importancia.
Aunque todos repudien la conducta de un violador, son pocos los que tienen reparos en mirar las mismas obscenidades en la la pantalla del televisor.
Razonamos que está mal cometer un robo seguido de asesinato y condenamos al que los comete; pero participamos de chismes, robando el honor y matando la reputación de nuestros hermanos.
¿Ha escuchado alguna vez?:
- ¿Qué tiene de malo hacer …?
- ¿Por qué no se puede…?
- No hay que ser tan fanático en algo sin importancia…
- Lo hice solamente una vez…
Estos argumentos son los argumentos de Lot.
Demuestran que estamos tan familiarizados con el pecado que despreciamos las órdenes directas de Dios. Le dicen a los demás (y al universo entero), que no estamos en verdad dispuestos a dejarlo todo por Jesús.
Lo peor es que nos engañamos a nosotros mismos con ellos. Quedamos satisfechos con obedecer parcialmente los mandatos divinos, y nos hacemos pequeños en el reino de los cielos.
Cuando alguien sin experiencia se pierde en la selva, su temor principal es ser atacado por grandes fieras como los tigres. Pero en realidad corre más peligro -mucho más real y concreto- de ser atacado por pequeños animales (mosquitos, moscas, arañas, hormigas, etc.) que pueden acabar con su vida tan ciertamente como los grandes felinos.
Deberíamos temer las cosas pequeñas.
Los pecados “menores”, las pequeñas transgresiones, ceder a un pequeño defecto de carácter, a los vicios pequeños, o las pequeñas concesiones que hacemos al mal.
Apartarnos en lo más mínimo de la voluntad divina es muy peligroso. No nos toca a nosotros seleccionar que hemos de obedecer y que no.
Sigamos el ejemplo de Samuel, de quién la Biblia dice:
“Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1 Samuel 3:19)
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