viernes, 27 de abril de 2012

Quiero, ser limpio

Quiero, sé limpio
Rev. Alberto Ortega
“He aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.” Mateo 8:2, 3.
El encuentro del leproso con Cristo es uno de los pasajes más conmovedores y hermosos del Evangelio de Mateo. Aquel hombre infringió la prohibición recogida en la Ley que establecía que un leproso no podía acercarse a un hombre sano. Al hacerlo, se exponía a ser inmediatamente condenado a muerte y apedreado en el acto.

Ese fue el encuentro del que necesitaba la limpieza con el que vino a purificar toda impureza, tanto física como moral del hombre. La purificación de su lepra representaba para aquel hombre la vida, la restauración, borrar el pasado, tener un nuevo comienzo, regresar a su familia, volver a la comunión con el pueblo de Dios. Todo aquello fue posible por medio de  su encuentro con Jesús.

Esta limpieza requería el encuentro del Señor y del leproso. Para que sucediera aquel milagro fue menester de la voluntad del leproso y la del Señor que convergiera en el lugar. El versículo 2, leemos: “He aquí vino un leproso”, aquel hombre tuvo que venir al encuentro con Jesús, nada hubiese sucedido si este hombre no hubiera llegado hasta el lugar donde se hallaba Jesús. Pero, al detenernos en el versículo 1, notamos que “descendió Jesús del monte”, por lo que podemos concluir es que el Señor descendió hacia donde estaba el leproso.

Esto resume la esencia del Evangelio: Jesús ha descendido del monte santo de Dios para encontrarse con el hombre en su condición más pésima y para limpiarlo totalmente. Este encuentro del leproso con Jesús produjo una limpieza perfecta. Esta es otra clave del Evangelio: Jesús produce una limpieza real y total.

El leproso quería ser limpio, ese deseo lo movió a buscar a Jesús, puso completamente su vida en las manos del Señor para morir o ser limpio. Esta es la clave de la limpieza: desearla de tal manera que renuncie a todo para poder obtenerla, hasta su propia vida.

La limpieza de Jesús se produce en aquellos que entregan en sus manos no teme la mirada más crítica, ni más escéptica, o diagnóstico más exhaustivo y severo. “Entonces Jesús le dijo: Mira, no le digas a nadie; si no ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos” (Mateo 8:4). Se trata de una limpieza auténtica, que puede ser examinada y probada. ¿Qué está sucediendo en la Iglesia de hoy en día? ¿Donde está la limpieza incuestionable producida por Cristo? ¿Cuántos pueden realmente decir: Jesús me limpió y soy un hombre nuevo?

Jesús no ha cambiado ni en su forma de obrar, ni tampoco en los resultados. Lo que Él produjo en el leproso hace dos mil años, sigue haciéndolo hoy. Este hombre fue mudado en otro, su vida cambió por completo. Pero fue porque quiso un cambio, y también entendió que la única forma de quedar limpio era acudiendo a Jesús para que este le diere un toque de su poder.

Cuando Jesús ve la fe envuelta en su voluntad de ser limpiado, no duda por un instante, ni tampoco se demora en hacer una obra perfecta. ¿Cuántos no están hundiéndose en la desesperación porque no creen que puedan ser limpios? ¿Cuántos no se han rendido en las manos del acusador porque no creen que Jesús quiera volverlos a limpiar?

El apóstol Juan nos lleva al corazón de Dios y nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Amigo la limpieza está a tu alcance, acércate a Jesús pídesela y la recibirás. Hermano, ¿te has apartado de la limpieza, estás arruinado, caído? Ven a Jesús y sé restaurado, sé limpio.

1 comentarios:

Unknown dijo...

hermoso es nuestro DIOS

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